"Remembranzas Fantasmagóricas" (Parte XI).

Era cerca del mediodía, cuando Verónica se dio por fin la oportunidad para leer la carta que hacía apenas un par de días recibiera con el timbre y sello postal de la oficina de correos del estado de Nuevo México.

A pesar de que en ese lapso de tiempo, tuvo otras oportunidades para resquebrajar el sello de cera con la insignia que representaba a la Familia Alcaraz; por el simple hecho de tratarse de una carta escrita por Margarita, (su mejor amiga); La Viuda de Altamirano decidió que era mucho mejor practicar la prudencia y no dejarse tentar por el ansia y la curiosidad que implicaba tener noticias nuevas y perder así el incomparable placer de alterar un sello que celosamente resguardaba una carta escrita de puño y letra.



Tenía muchas ganas de saber ¿Qué había pasado? con esa chica, que de ser una "extraña conocida" (en el sentido de que la había visto y la conocía porque ambas pertenecían al mismo estrato social); ahora era mucho más que eso; pues el cariño que en tan poco tiempo logró sentir por "Maggie", pasó a convertirla en una persona imprescindible y muy importante para su existencia.


Inspirada por la sensación de tranquilidad que le brindaba el haz de luz iluminando de modo parcial la orilla de una pequeña mesa junto a la ventana de la cocina; Verónica no dudó en aprovechar ese momento de paz y silencio en el que a esa hora del día; (estando su pequeña hija en el colegio, y mientras las personas a su servicio se encontraban atareadas en el mantenimiento de otras áreas de la enorme casa); ella aprovechar para usar ese tiempo (que por lo regular destinaba para cosas que la llenaban por dentro); para disfrutar por fin de la carta escrita por su amiga.

Ese era su momento perfecto y en verdad lo disfrutó… Pues bajo aquella atmósfera conformada por la sinfonía de sonidos burbujeantes surgidos de las ollas con guisos exquisitos (pretendiendo alcanzar su sabor y consistencia bajo la lumbre del fogón); al romper por fin el sello; con gran satisfacción Verónica esbozó una espontánea sonrisa al confirmar que el interior del sobre contenía una carta kilométrica de varias hojas.

Antes de irse, Margarita le prometió que le escribiría para mantenerla al tanto de todo cuanto aconteciera con ella durante el tiempo que estuviera ausente. Verónica sabía que su amiga cumpliría su promesa, puesto que más allá de esa certeza que tenía de que en esos días fuera de la ciudad, de alguna forma estarían en contacto; el lazo de amistad entre ellas era tan estrecho, que sin importar que durante la semana pudieran pasar horas conversando; (y en apariencia no tendrían ya, nada más que decirse), se volvió una hermosa costumbre entre ellas escribirse cartas.

En las ocasiones en que por alguna razón no podían reunirse; casi siempre al final del día, tanto en la puerta de la Familia Alcaraz como en la residencia Altamirano, aparecía un mensajero llevando un sobre con una misiva, que más allá de cumplir con el formulismo de un saludo escrito y formal de cortesía; llevaba para cada una, cartas que por lo detallado de su extensión bien podían “rayar” en algo similar a Páginas Sueltas de diario (ensobretadas); y que llegaron a convertirse en el medio que ambas podían utilizar para estar pendiente una de la otra.

En los días en que por la restrictivo y autoritario cuidado de su madre, Margarita no podía utilizar ningún pretexto “creíble” para poder salir a la calle y poder estar –como tanto le gustaba- en casa de Verónica; bastaba con que tomara un pedazo de papel, la pluma y el tintero; para sentirse –a pesar de la distancia- muy cerca de su mejor amiga.



Sonrió al caer en la cuenta de eso, pero quería disfrutar del instante presente, por eso, en el momento en que extendió sobre la mesa todas las hojas que se veía fueron cuidadosamente dobladas y reconoció la caligrafía armoniosa y peculiar de su amiga, Verónica supo, que no sólo disfrutaba enormemente leer esas cartas; sino que también tomó consciencia de que en muchas ocasiones, (y sin tener un motivo aparente), para ella misma se convirtió en una imperiosa necesidad hacerle saber –aunque fuera de manera escrita a su amiga- todo lo que en su cabeza y su alma habitaba; sin importar el hecho de que tuvieran que pasar varios días para poder reunirse con ella para conversar.

No supo explicar ¿Por qué?; pero en ese instante se le vinieron a la mente la cantidad de veces en los que durante diversos momentos del día, Verónica se sirvió también de la pluma y el tintero, para expresarle de manera escrita, cosas tan simples como el boceto de algún personaje fantástico; alguna idea nueva que quería consultarle relacionada con su trabajo creativo o tan solo contarle lo acontecido en el día.

Todas esas cosas que en apariencia eran simples, no eran más que el pretexto perfecto para iniciar una carta, cuya verdadera intención era hacerle saber lo importante que era para ella hablarle de todas esas cosas -que nunca antes compartió con nadie-, y que iban desde la complicidad para hacerla partícipe de sus sueños y planes más locos; así como también aprovechar el gran apoyo que le brindaba su amistad, y que desde hacía un buen tiempo la llevó a confirmar que mientras Margarita fuera su amiga incondicional, ella nunca más volvería a sentirse sola.

Los ojos se le humedecieron de modo leve mientras se iba enterando entre líneas de todo lo que había pasado durante los últimos días en Mesilla, Nuevo México; no sólo por la emoción que le provocó saber que ella estaba feliz con todo lo acontecido, sino también porque justo en ese instante se sintió muy orgullosa del gran corazón y los valores tan sólidos que Margarita tenía, y entonces más que nunca se sintió privilegiada de contar con su amistad y de que fuera alguien tan cercana ella.

Luego de que leyó con atención y prácticamente vivió y se entusiasmó -del mismo modo que su amiga lo hizo en su momento con todas y cada una de las situaciones y aventuras que le expuso en esa carta-; Verónica tuvo la intención de contestarle con una carta igual de extensa y detallada; pero en ese instante la pequeña Ximena apareció de la mano de su Nana.

Como eso implicaba apresurar los preparativos relacionados con la hora de la comida; a pesar de que le hubiera gustado hacerle mil preguntas, Verónica se tuvo que resignar a intentar escribir una nota breve en respuesta, con su hija sentada sobre sus piernas.

Aquel habría sido un día normal, en el que dos o tres cartas se cruzarían en el camino y entre calles como rápida respuesta; sin embargo, -a diferencia de otras veces- esta vez no había mucho tiempo, pues la ciudad –en aparente calma- durante esas primeras horas del día, se encontraba en el preludio que antecede a un gran suceso, y esa mañana, todas las personas que habitaban en esa tierra desértica (sin importar su condición social); tras observar el despliegue de preparativos y el decorado que desde varios días atrás transformó la cotidianidad de las calles, aguardaban con gran expectativa lo que sucedería en la víspera de la entrevista del General Porfirio Díaz (Presidente de la República), durante su entrevista con su homónimo William Toward Taft.


Av. 16 de Septiembre, decorada previo a la visita de la entrevista Díaz-Taft.


Aún era muy temprano, pero Margarita no quería que la sorprendieran las prisas. Por esa razón, procuró despertarse a primera hora, para dedicarse por entero a los preparativos de su arreglo personal, (que a diferencia de otras ocasiones), esta vez tenía que ser mucho más esmerado, dado que Fernando le había pedido que como su prometida, lo acompañara en las actividades protocolarias del día; y por la noche, a la cena de gala que El General Díaz ofrecería en el edificio de la aduana, tras la reunión diplomática con su homónimo de Estados Unidos.

No era que a Margarita le interesaran mucho ese tipo de eventos… De hecho los detestaba y dentro de lo posible, procuraba evitarlos al máximo. Sabía en el fondo, que Fernando pensaba igual que ella respecto a todo eso; pero al igual que Margarita lo hizo en varias ocasiones, al final tuvo que ceder y asistir “por compromiso” a eventos por no hacer “quedar mal” a su familia.


Al ser el Dr. Gustavo de Iturrigaray, un amigo y colaborador cercano al Presidente de la República; Fernando, siendo el primogénito de uno de los invitados de honor a tan importante acontecimiento; no podía fallarle a su padre y forzosamente tenía que estar presente; puesto que a pesar de que no comulgara con las ideas y la forma de gobernar de aquellos hombres que conformaban la esfera más alta de poder, mucho del impulso que él necesitaba para asegurar su futuro, dependía de si asistía o no.

Como la chica espontánea y sencilla que era, Margarita no dudó en “escabullírse”, saliendo por la parte baja del vestido que en ese instante le estaban probando, cuando vio aparecer a otra de las chicas de servicio, llevando un sobre membretado que le hizo saber que provenía de casa de su amiga Verónica.

Al abrirlo, este dejó al descubierto una hoja de papel con una orla negra, ya que siendo esa carta, algo escrito por una mujer viuda, el ritual de luto, (aunque rodeaba a todos los aspectos de la vida cotidiana), indicaba que lo más correcto era que aunque nunca se escribiera en forma directa sobre la muerte, (dado que la intimidad de los sentimientos era respetada con reverencia); una persona en las circunstancias de Verónica debía seguir cierto protocolo que indicara hasta en el uso de la papelería para la correspondencia, su estado civil.


Pero eso era un mero formalismo… Como ya se sabía, las cartas entre ellas dos iban mucho más allá de todo eso… Por esa razón, a Margarita no le importó que la sirvienta refunfuñara por haberse quedado con el vestido entre las manos (que apenas unos instantes atrás ella llenara); mientras a Margarita –así ataviada en ese “pudoroso” atuendo interior-, se retiraba hacia un rincón de la habitación, con toda la intención de descubrír lo que a través de ese papel su gran amiga tenía para decirle:



A pesar de que era un recado tan breve, ese trozo de papel fue suficiente para que Margarita se sintiera todavía mucho más entusiasmada. Conocía muy bien a Verónica y sabía que bajo otras circunstancias, ella habría decidido declinar la invitación a un evento como ese –a pesar de haber sido convocada dada la respetabilidad del apellido de su difunto marido- pero esta vez, era diferente y la mayoría de las personas no querían perderse un acontecimiento tan importante como ese y que con toda seguridad daría mucho de que hablar todavía mucho tiempo después.

El tiempo se fue volando… De hecho ella lo sintió como si hubiera desvanecido en un simple abrir y cerrar de ojos, pues cuando menos lo pensó –y justo cuando su madre le aseguraba sobre el cuello un exquisito collar de perlas- el timbre de la puerta principal sonó y su corazón se aceleró en forma sorpresiva, pues no necesitaba adivinar por la puntualidad que se trataba de Fernando.

No sa

No sabía porque, pero tenía muchas ganas de verlo, mientras que él por su parte, para ganar un poco más de tiempo y no dejarse abrumar por la prisa, esta vez el optó por esperar afuera de la residencia, prácticamente al pie del carruaje.

Desde el fondo del vestíbulo y mientras Margarita se dirigía seguida por un séquito de mujeres que iban cuidando que el vestido no se le arrastrara; desde antes de alcanzar el umbral de la salida; ella lo percibió a través de la puerta abierta algo impaciente y nervioso, (dado que tenía el reloj de bolsillo en una de sus manos); pero esa sensación de ansiedad provocada por la idea de partir lo antes posible se desvaneció como arena entre las manos cuando él la vio cruzar a toda prisa la entrada principal y unos instantes después la tenía ya a escazos centímetros de distancia.

En forma literal Fernando se quedó sin habla al verla, pues estaba realmente sorprendido; Margarita era una mujer hermosa, pero su arreglo para esta ocasión rayaba en lo sublime...

El vestido, su peinado, el maquillaje apenas perceptible y en tonos casi naturales, la hacían ver como una chica sofisticada y elegante, pero que al mismo tiempo, su estilo sencillo y el buen gusto (que es algo que no se aprende ni se hereda); la colocaba a una distancia abismal de las típicas “damas de alcurnia” que en el afán por evidenciar su clase social, caían en la exageración de los accesorios y la ostentación.

A pesar de que tuvo la intención, no pudo decirle nada, se limitó a besarle con reverencia las manos y ayudarla con toda delicadeza a subir al carruaje para luego partir.

En los primeros minutos del trayecto de la casa de la Familia Alcaraz, hacia el punto de la ciudad donde sería el primer encuentro entre ambos presidentes; Fernando se sintió un tanto incómodo al caer en la cuenta que posterior a haberla visto, se había puesto demasiado nervioso y eso era algo nuevo e inusual para él.

Esa reacción tampoco pasó inadvertida para Margarita, quien un tanto divertida no tuvo el menor reparo en preguntarle si durante todo el camino evitaría dirigirle la palabra; pero lo hizo en un tono que le hizo saber a Fernando que su única intención era que él se relajara, pues sabía que ese día en especial estuvo sometido a una enorme presión.

Con una mirada que hubiera sido capaz de derretir a la mujer más fría e indiferente, él le agradeció su comprensión y un poco más tranquilo, en esos primeros minutos le habló de lo que en base a lo predecible que era el grupo político de su padre, él suponía que sucedería después de esa visita del primer mandatario de los Estados Unidos y las repercusiones que esto traería para México.

Así, avanzaron a través de esas calles en las que contrastaba lo suntuoso del decorado que el gobierno dispuso para dar la idea de una nación en creciente desarrollo con la miseria y la desfachatez de la clase trabajadora.

Conforme el tiempo transcurría esa mezcolanza de clases sociales comenzó a apostarse en ambos costados de las aceras, con la intención de ver pasar a ambos presidentes.

Margarita se sorprendió de que Fernando, tras haberle expresado durante todo el camino su punto de vista sobre ese momento de la vida política de México, se salió de todo contexto y de uno de los compartimentos de la carreta extrajo un objeto que evidentemente era un regalo para ella.

Se trataba de una especie de cuaderno muy “artesanal” –por así decirlo de alguna manera- elaborado con hojas de papel de un color y textura un tanto ásperas; que además se veía había sido empastado a mano.


Si como objeto, era algo especial, la historia que Fernando le contó respecto a como llegó hasta sus manos era todavía mucho más especial…

Tal y como si contara con todo el tiempo del mundo, el joven doctor le contó que varios años atrás, casi cuando él era un adolescente, y en ese entonces le gustaba acompañar a su padre a la ciudad de Chihuahua, con la única intención de conocer todos esos lugares apartados en el corazón de La Sierra y en los que la necesidad de la gente era apremiante; en alguna ocasión ayudó a un hombre humilde, quien al momento de pasar él y su padre por ahí se encontraba bastante angustiado, debido a que uno de sus hijos había sufrido una caída de un caballo que le ocasionó una severa fractura en una de sus piernas.

Fernando, quien en ese entonces ya mostraba interés por la medicina y a su corta edad había leído algunos libros de anatomía y tenía nociones básicas de primeros auxilios (como consecuencia de haber visto cosas relacionadas con la práctica médica desde que tenía uso de razón); ante el asombro de su propio padre, se ofreció a ayudar.

El resultado fue simple: Con gran destreza, Fernando logró un entablillado que ni un médico tan experimentado como El Dr. Iturrigaray (Padre) o alguno de sus asistentes más capacitados, hubiera sido capaz de realizar.

El hombre en agradecimiento, y al no contar con dinero para recompensarlo por su ayuda, le regaló ese cuaderno que él mismo había confeccionado y que estaba guardando desde hacia tiempo para cuando pudiera lograr su sueño de aprender a leer y escribir.


Fernando lo conservó desde entonces, pero dado el valor sentimental del obsequio nunca se atrevió a usarlo, pues consideraba que las páginas de un cuaderno así deberían ser llenadas con un contenido mucho más importante y sublime que los simples apuntes de un joven estudiante de medicina.

En el tiempo presente, y durante todo ese breve tiempo compartido junto a ella y en el que estaba aprendiendo a conocer a Margarita, para él había resultado interesante el hecho de haber descubierto su eterna afición por escribir y dibujar; y por esa razón consideró que un objeto como ese, tendría un mejor destino y uso si lo ponía en manos de alguien como ella.

De principio Margarita no quiso aceptarlo, pues a pesar de que era un detalle hermoso, consideraba que era demasiado para ella; pero entonces Fernando, sin aceptar ni dejarse convencer por ninguno de los argumentos que ella utilizó para negarse; esta vez invirtió los papeles y fue él quien aprovechando la capacidad que tenía para ser demasiado encantador -cuando de verdad se proponía serlo- volvió a colocarlo entre sus manos y con toda la sinceridad que irradiaba sin saberlo a través de su mirada, le hizo saber de la fe y la certeza que tenía para afirmar que ella sería capaz de plasmar cosas grandiosas en esas páginas y lo que le gustaría que llegara el día en que pudiera tenerle la suficiente confianza para compartir todo eso con él.

Para ella fue demasiado y se sentía particularmente emocionada y conmovida, porque tal y como si Fernando le hubiese leído el pensamiento; apenas unos días antes, ella había estado considerando la posiblidad de no sólo compartirle algunas de las cosas que escribía, sino de contarle de todo lo que para ella representaba el trabajo que en esa etapa reciente estaba realizando en conjunción con su mejor amiga.

Ya no pudo decirle nada; un cosquilleo le dio vueltas en el estómago… A pesar de que quiso agradecerle, no encontró las palabras adecuadas para hacerlo. Además de que ese era el regalo más original que había recibido en mucho tiempo (y que por ende era mucho más valioso y significativo que una prenda cara o una joya exquisita); hablaba mucho de la enorme capacidad que Fernando tenía para darse cuenta de lo que para ella era importante y tal vez representaba una necesidad.

De un modo curioso él supuso sin necesidad de palabras todo eso en lo que ella estaba pensando, y del mismo modo que ella intentara infundirle confianza apenas unos cuantos minutos antes, Fernando le sonrió y le guiñó el ojo en un intento por hacerle saber que no había necesidad de que dijera nada, ni mucho menos le agradeciera; lo cual fue el detonante para que Margarita se diera cuenta –tras esa simple acción- que comenzaba a “derretirse” por él.

El calor y la pigmentación de color rojo que invadió cada centímetro de su piel cuando para sus “adentros” pensó que si ella hubiese sido una chica más “Audaz” se habría atrevido a darle un beso (en la mejilla porsupuesto); provocó que desviara su mirada...

Por fortuna Fernando no se dio cuenta de ello, pues en ese momento el carruaje se detuvo indicando así que por fin arribaron a su lugar de destino.

Con la misma delicadeza del inicio, la ayudo a descender, y lo primero que se encontraron –además de un montón de gente- que en ese punto intermedio del puente de cruce, esperaba el encuentro de los dos presidentes, fue, que la apariencia ostentosa de unos (como muestra palpable de que la moda francesa era sinónimo de buen gusto y elegancia); parecía una burla para la gente del pueblo.

Esta inmensa mayoría, que esperaba allí con la idea de no perder una oportunidad única para presenciar una especie de “espectáculo gratuito” lucía “desarrapada” en comparación con la selecta aristocracia.

Después de unos minutos, en que tras encontrarse con el grupo al que ellos pertenecían y unas cuantas presentaciones con los amigos de su padre, la atmósfera que se vivía cambió de pronto y la muchedumbre se mostró más entusiasmada cuando de pronto un carruaje fatuso pasó delante de ellos, mientras un ejército numeroso de soldados vestidos de gala se encargaba de abrirle paso.



Unos cuantos metros más adelante, el vehículo se detuvo, la puerta se abrió y de él descendió un hombre que a pesar de su avanzada edad lucía todavía “demasiado entero”, ataviado en un traje militar lleno de condecoraciones que lo hacían lucír como todo un “Kaiser”.

Ese era el General Porfirio Díaz, el flamante presidente de la república; quien con toda su gallardía atravesó seguido de sus colaboradores más cercanos, para atravesar el puente y encontrarse en el cruce de las calles Santa Fe y Siete, con William Howard Taft; presidente de los Estados Unidos.

A pesar de que en innumerables ocasiones escuchó decir muchas cosas sobre él –y ella tenía su propia opinión al respecto sobre la peculiar manera que ese personaje tenía de “hacer política”-; Margarita nunca se imaginó que le impresionaría tanto poder ver a unos cuantos metros al General Díaz.



Bajo esa admósfera en la que la pobreza y la opulencia parecían combinarse sin mayor problema, ella experimentó una especie de “tristeza” cuando ese contraste tan desequilibrado, le hizo saber a que todo aquello era una especie de “Sueño Irónico”, en el que se intentaba aparentar a toda costa algo que no era cierto y al mismo tiempo estaba muy lejos de ser un reflejo de la realidad…


Continuará...


Comentarios

Ya estaba extrañando leer un capítulo más de esta historia que a mi me fascina, me quedo tan a gusto leyendo, porque mas allá de ser una historia inventada la estas mezclando con personajes reales y muy importantes para la historia de tu país, y además de entretenerme con la lectura es una forma de saber más sobra la gran cultura de México.
Me resulta tan conocida la hermosa costumbre de recibir cartas de alguien especial, y eso de disfrutar poco a poco el placer de abrir un sobre, o un paquete que de antemano se sabe que contiene cosas mágicas y significativas que van más allá del valor material.
Ya te lo dije en otros comentarios sobre estás remembranzas la historia de Verónica y Margarita me resulta tan conocida por eso es doblemente especial, porque yo sé lo que es tener un cómplice y una amistad tan grande como la de ellas dos.
Sobre la relación de Margarita con Fernando se me hace bien linda, no sé, así como un cuento de hadas donde Fernando es el hombre perfecto y todo un caballero…¿Fernando te querés casar conmigo? Bueno no te enojes Margarita no es mi culpa que tu prometido sea un bombonazo, nada más con leer estoy emobada con él. Ya hablando en serio me gustan todos los detalles que le agregaste a esta relación, eso habla de tu dulzura y la forma tan especial de cómo ves y sentís las cosas, todo eso está plasmado de una forma muy delicada en esta historia.
Que gran acontecimiento estamos viviendo en estas remembranzas con el capítulo de hoy, me quedo pensando que puede pasar en ese evento, si las cosas terminarán bien o algo puede suceder que empañe lo que parece ser una gran fiesta.
A mí también me produce el mismo sentimiento que Margarita al ver que dentro de tanto lujo y riqueza hay mucha gente que la pasa mal, y eso sucedió en esa época y en la actualidad también.

Una vez más me quedo muy ansiosa por saber que sigue, sé que algo tenes pensando para darle un toque inesperado y no sé si trágica es la palabra, pero algo puede suceder que cambie las cosas abruptamente, o tal vez no, nada más me estoy imaginando, es que tu historia da para mucho, y más en la época en que la estás desarrollando.

Este capítulo fue muy especial para mí, porque ahora sé que cuando estas remembranzas lleguen a su fin, en éste espacio seguirán pasando muchas más cosas, y habrán muchas historias por contar, y yo estoy muy feliz por eso.

Gracias, gracias por otro post más, y por esta historia, yo siempre te lo digo soy tu fan, y me fascina tu forma tan apasionada de escribir y expresar las cosas de una forma tan cuidada y delicada, y también sos capaz de que uno se imagine cada cosa que estás contando, y eso no todos lo pueden hacer porque el talento no se aprende se trae desde la panza.

Te dejo un súper abrazototototototototote de oso, y no te olvides que te adoro!
Anónimo dijo…
Un poco "cursi" la verdad... Pero entretiene... Me gusta, me gusta...

Me sigo paseando por aquí y siguiendo los pasos de Vane.

P.D. ¡Saludos a La Pantera Rosa!
Anónimo dijo…
A mí me gusta la historia aunque debo confesar que aun no alcanzo a leer todo, pero poco a poco me voy poniendo al día, y disculpame michifus pero la historia no es cursi, es delicada que no es lo mismo.

Yo también he visto el blog de Vane pero debo confesar que me gusta mucho más el de Martha, no sé su manera de contar es genial.

Gracias por tu saludo, y a ti Martha te mando un abrazo.

La Pantera Rosa.
M a r u dijo…
Huy esta historia me ha atrapado martha, ya estoy ansiosa por leer lo que sigue, saluditos..
maru
Ericarol dijo…
Hola Martha
Que linda historia, con algún toque autobiográfico aunque se desarrolle en otros tiempos? Eso del cuaderno y la amistad por carta suena a ti.
Un abrazo.
me encanta esta historia.

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