Comienza el octavo mes del año, en mi perspectiva personal lo veo como si fuera un caleidoscopio que me refleja mil cosas diferentes. Por un lado la gran cantidad de cosas que están cambiando en todos los aspectos de mi vida; en el otro extremo aparecen todos los ciclos y las historias a nivel personal y emocional que vengo cargando en el equipaje de vida desde hace un buen rato y no he podido cerrar o concluir; mientras que en el otro lado de la moneda está mi realidad tangible, todo lo que soy y las circunstancias (buenas y malas), que prevalecen en mi vida en este momento, y que hay días en que me hacen sentir extraña, o visualizar todo cuanto me rodea como si fuera parte de un sueño.
El Lunes de esta semana, por ejemplo, cuando iba camino al trabajo, me tomó por sorpresa una tormenta muy intensa. En cuestión de segundos mi visibilidad frente al cristal delantero del auto, se hizo nula y tuve que encender además de las luces, las señales intermintentes, porque incluso así, corría el riesgo de no ser "visible" para los otros conductores que también se encontraban en medio de la carretera en ese mismo momento.
Fue una sensación muy extraña, darme cuenta en un instante de que estaba completamente sola: Nadie en el asiento trasero que me dijera: "Vete más despacio y maneja con cuidado", ni tampoco nadie en el asiento de al lado que sin palabras y con una simple expresión me hiciera saber que a pesar de mi poca experiencia al volante, confiaba en mi.
Yo iba demasiado despacio, conocía el camino, pero no veía más allá de un metro, y lo más curioso de todo fue que a pesar de que la tormenta no cedía, y de que ese sentimiento de incertidumbre combinado con toda esa diversidad de pensamientos que desfilaban por mi mente en ese mismo instante, caí en la cuenta también de que no tenía miedo, (si el carro hubiera fallado y me hubiera quedado varada ahí no me hubiera desesperado), porque algo me decía que independientemente de lo que pasara, de que la calle se estaba inundando, yo no podía deternerme por ningún motivo y debía continuar con mi camino.
Afortunadamente llegué bien a mi trabajo. Mi carro, que es un modelo viejito, aguantó "bara" la prueba, y aunque parezca "supersticioso" decirlo, durante todo el camino me sentí protegida, porque todos los días al salir de casa, me persigno antes y tengo la costumbre (no sé de donde, quizá de algún lado donde lo leí), de rezar una pequeña oración mientras el motor del carro se calienta, encomendarme a Dios y al Ángel del Manejo, protector de los guiadores, y en el casi año y medio que llevo manejando en esta ciudad de locos y baches, nunca me ha pasado nada.
Ya han pasado varios días desde ese incidente, ha seguido lloviendo, y la madre naturaleza me ha regalado al salir del trabajo unos atardeceres hermosísimos...
El del Martes fue sobre un horizonte lleno de nubes grises que ocultaban la puesta de sol, pero que en compensación filtraban en los recovecos donde la nubosidad no cubría al cielo, una gama de rayos luminosos en tonalidades naranjas y rosas, que al extenderse de lo más alto para atravesar la montaña y perderse en la tierra, me hicieron recordar que siempre que veo ese fenómeno pienso en que esos "rayos" son escaleras al cielo, por las cuales descienden las almas de todos los bebés que están naciendo en ese instante, mientras que por la otra suben las almas de todas las personas que han fallecido, y dejan este plano terrenal después de haber cumplido su misión.
El atardecer de este primer día de Agosto fue diferente, pero no por ello, dejó de ser hermoso, es como si Dios estuviera de un humor distinto cada día y lo expresara dibujando como en un lienzo una pintura diferente cada día, que se puede apreciar desde cualquier punto de la ciudad.
A veces... Aunque el día haya sido difícil o cansado, detalles como ese o tener la posibilidad de percibir con los sentidos esas ocasiones en que Dios permite que para nosotros los humanos sea perceptible por unos cuantos instantes su presencia y sus majestuosas escaleras hacia el cielo, eso le da sentido a mi vida y hace que un día trivial se convierta en uno que ha valido la pena vivir sólo por eso.
En el inicio de este octavo mes, me siento como una mujer muy distinta a lo que yo imaginaba hace algún tiempo sería cuando proyectaba mi vida, que en ese entonces conjugaba en tiempo futuro.
Hay mil cosas que me inquietan, un buen de situaciones y problemas triviales que tengo que empezar a resolver; pero me siento tranquila, vivo en paz y sé que tengo la posibilidad de cambiar las cosas que no me gustan o con las que ya no estoy de acuerdo.
Tal vez tenía que experimentar esa parte del día en la tormenta, para darme cuenta que habrá ocasiones en que mi vida estará en forma similar a las condiciones atmosféricas de ese día, y que a pesar de eso, yo nunca me debo detener.
Gracias por el aprendizaje de ese día.
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Nos vemos Martha, te mando un abrazo enorme desde aquí :)
Victoria