"Remembranzas Fantasmagóricas" (Parte VIII).
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En ese punto, Margarita interrumpió la redacción de su carta y apartó la vista de la hoja de papel que con un poco de dificultad iba escribiendo a bordo de una carreta en movimiento, y en la que mientras ella permaneció concentrada, Doña Águeda pasó la mayor parte del tiempo conversando con Fernando.
La charla entre ellos era tan animada, que parecían haberse olvidado de ella por completo; y ahí fue cuando se dio cuenta de que perdió por completo la noción del tiempo; cuando vio la cantidad de texto que llevaba hasta entonces y en un intento por evitar que la tristeza que las últimas líneas de su carta le provocaron, intentó concentrarse en lo que su madre y su prometido decían.
Tras cerrar la carpeta de notas en la que quedaron atrapadas las hojas con la carta todavía inconclusa para su mejor amiga, Margarita echó un vistazo por el ventanal y descubrió que ya pasaba del mediodía, pues el sol resplandeciente por todo lo alto, había logrado discipar al viento fresco que los había acompañado cuando partieron de madrugada con destino a la Hacienda "Doble Águila", propiedad de la segunda generación de la familia Maes, emparentada con Aurora, (la segunda hija de Don Julio Ibárcena), y quien con motivo del bautizo de su primer hijo, planeaba realizar un festejo en el que tanto la familia Alcaráz como Iturrigaray fueron invitados.
El camino de Ciudad Juárez a Mesilla era largo y sinuoso; a pesar de que el cochero del carruaje en el que viajaban era un tipo experimentado y conocía como la palma de su mano el camino por el que cruzaron alguna vez los primeros colonizadores que se asentaron en ambos lados del Río Grande -e incluso más allá de sus fronteras-; por aquella época en la que la indumentaria de la gente tenía mucho de elegante y nada de confortabilidad; hacía de los viajes por tierras desérticas, algo que tras varias horas podía ser incómodo y fastidioso.
... Al menos eso fue lo que Doña Águeda tuvo que soportar, pues ataviada con sus mejores galas, a medio camino se moría ya de calor; mientras que Margarita y Fernando, habían sido mucho más inteligentes a la hora de elegir las prendas con las que pasarían gran parte del día y durante el lapso de tiempo que durara el viaje.
Ella, con un hermoso vestido de lino, cuya sencillez en la hechura la hacía lucir aún más hermosa de lo que ya era; mientras que Fernando por su parte, acostumbrado por su profesión a esas salidas intespestivas en las que podía ausentarse durante varios días de su casa, para permanecer durante largo tiempo en el recorrido de una ciudad a otra, optó por una camisa sencilla en color claro que intencionalmente o no, hacía juego con su pantalón y calzado de montar.
En el instante en que ella decidió volver a poner atención a la conversación que ajena a ella se desarrollaba se dio cuenta (a través del reflejo del cristal de la ventanilla de la carreta) de que a pesar de que Fernando y su madre hablaban animadamente sobre las vivencias adquiridas en algunos de sus viajes, en ningún momento él dejó de prestar atención a lo que Margarita había estado haciendo en todo ese tiempo.
A pesar de que otra persona en su lugar podría haberle lanzado de repente una pregunta, en un intento por hacerle ver que había sido una descortesía de su parte el haber permanecido indiferente a la conversación durante tanto tiempo; Fernando era un hombre demasiado inteligente y a pesar de las pocas semanas que llevaba de convivencia con ella y su familia, siempre se había mostrado respetuoso de esos instantes en los que Margarita de pronto se quedaba en silencio y parecía ausentarse de todo.
A ella le bastó simplemente con verlo sonreirle, para darse cuenta que una vez más, Fernando se hacía cargo de la situación -no sólo por el hecho de haber mantenido entretenida a su madre en el momento en que se dio cuenta que ella había empezado a escribir una carta-
Se ruborizó al percatarse de que sin necesidad de expresar palabra alguna lo había descubierto y eso era para ella una muestra más de que él respetaba al máximo la individualidad de su espacio. En el fondo le hubiera gustado agradecerle, devolviéndole la sonrisa y sosteniendo un poco más la conexión con su mirada; pero no pudo encontrar dentro de si la fuerza necesaria para hacerlo y disimuladamente sus ojos buscaron algo en que centrarse y justificara el romper con esa comunicación "no verbal" que en cierta forma le divertía también, pero al mismo tiempo comenzaba a incomodarle.
Así fue como su mirada tropezó en el asiento contiguo con un libro de pasta gruesa en cuya tapa se leía el título "Cuentos de La Alhambra", y que al empezar a hojearlo Margarita descubrió que se trataba de especie de novela que entremezclaba una serie de narraciones y cuentos con un libro de viajes y de diario.
Fernando, al descubrir la expresión de sorpresa e ilusión que se había reflejado en el brillo de sus ojos; no desaprovechó la oportunidad para integrarla a la plática y como si fuera un comentario simple, comenzó a relatarles a ella y a Doña Águeda algunas de las historias contenidas en ese libro: la de tres hermosas princesas encerradas en una torre para que no se enamoraran; la de un fabuloso tesoro encontrado por un aguador; y la más hermosa de todas: La de la Rosa de la Alhambra capaz de curar la melancolía de un rey...
Apenas comenzaba su relato y tanto Margarita como Águeda ya lo escuchaban fascinadas; pero el encanto en las palabras y la voz de Fernando fueron interrumpidos en forma abrupta, cuando el estruendoso sonido de varios jinetes cabalgando al mismo tiempo para darles alcance y rodear por completo la carreta en la que ellos viajaban los hizo detener la marcha.
Al darse cuenta de que eran varios hombres y estaban armados, a pesar de la expresión de serenidad que Fernando intentó transmitirles, el tono serio con que les informó que se bajaría a averiguar le hizo saber a ambas damas que por ningún motivo debían asomarse por las ventanillas y debían permanecer pasara lo que pasara en el interior de la carreta...
Margarita nerviosa y en un acto reflejo abrazó el libro que apenas unos minutos antes había logrado hacerla soñar despierta; mientras que Doña Águeda por su parte, temerosa se cambió de asiento y fue a sentarse lo más cerca que se pudiera con su hija.
En el exterior de la carreta solamente se escuchaba el sonido característico de los caballos exhaustos después de una cabalgata larga.
La ausencia de voces humanas, hablando o discutiendo comenzó a ponerlas todavía un poco más nerviosas; cuando de pronto la portezuela de la carreta se abrió y un hombre con un pañuelo anudado sobre la cara y que solamente le dejaba al descubierto la parte de los ojos les pidió de una forma poco amable que se bajaran.
¿Dónde estaba Fernando? ¿Y qué demonios estaba pasando?... Margarita comenzó a sentir más enojo que miedo, y a pesar de que Doña Águeda le pidió que no lo hiciera; la adrenalina y el presentimiento de que a Fernando pudiera estarle pasando algo, la hizo levantarse de su asiento y prácticamente aventar al tipo con el rostro oculto, para salir a investigar...
La charla entre ellos era tan animada, que parecían haberse olvidado de ella por completo; y ahí fue cuando se dio cuenta de que perdió por completo la noción del tiempo; cuando vio la cantidad de texto que llevaba hasta entonces y en un intento por evitar que la tristeza que las últimas líneas de su carta le provocaron, intentó concentrarse en lo que su madre y su prometido decían.
Tras cerrar la carpeta de notas en la que quedaron atrapadas las hojas con la carta todavía inconclusa para su mejor amiga, Margarita echó un vistazo por el ventanal y descubrió que ya pasaba del mediodía, pues el sol resplandeciente por todo lo alto, había logrado discipar al viento fresco que los había acompañado cuando partieron de madrugada con destino a la Hacienda "Doble Águila", propiedad de la segunda generación de la familia Maes, emparentada con Aurora, (la segunda hija de Don Julio Ibárcena), y quien con motivo del bautizo de su primer hijo, planeaba realizar un festejo en el que tanto la familia Alcaráz como Iturrigaray fueron invitados.
El camino de Ciudad Juárez a Mesilla era largo y sinuoso; a pesar de que el cochero del carruaje en el que viajaban era un tipo experimentado y conocía como la palma de su mano el camino por el que cruzaron alguna vez los primeros colonizadores que se asentaron en ambos lados del Río Grande -e incluso más allá de sus fronteras-; por aquella época en la que la indumentaria de la gente tenía mucho de elegante y nada de confortabilidad; hacía de los viajes por tierras desérticas, algo que tras varias horas podía ser incómodo y fastidioso.
... Al menos eso fue lo que Doña Águeda tuvo que soportar, pues ataviada con sus mejores galas, a medio camino se moría ya de calor; mientras que Margarita y Fernando, habían sido mucho más inteligentes a la hora de elegir las prendas con las que pasarían gran parte del día y durante el lapso de tiempo que durara el viaje.
Ella, con un hermoso vestido de lino, cuya sencillez en la hechura la hacía lucir aún más hermosa de lo que ya era; mientras que Fernando por su parte, acostumbrado por su profesión a esas salidas intespestivas en las que podía ausentarse durante varios días de su casa, para permanecer durante largo tiempo en el recorrido de una ciudad a otra, optó por una camisa sencilla en color claro que intencionalmente o no, hacía juego con su pantalón y calzado de montar.
En el instante en que ella decidió volver a poner atención a la conversación que ajena a ella se desarrollaba se dio cuenta (a través del reflejo del cristal de la ventanilla de la carreta) de que a pesar de que Fernando y su madre hablaban animadamente sobre las vivencias adquiridas en algunos de sus viajes, en ningún momento él dejó de prestar atención a lo que Margarita había estado haciendo en todo ese tiempo.
A pesar de que otra persona en su lugar podría haberle lanzado de repente una pregunta, en un intento por hacerle ver que había sido una descortesía de su parte el haber permanecido indiferente a la conversación durante tanto tiempo; Fernando era un hombre demasiado inteligente y a pesar de las pocas semanas que llevaba de convivencia con ella y su familia, siempre se había mostrado respetuoso de esos instantes en los que Margarita de pronto se quedaba en silencio y parecía ausentarse de todo.
A ella le bastó simplemente con verlo sonreirle, para darse cuenta que una vez más, Fernando se hacía cargo de la situación -no sólo por el hecho de haber mantenido entretenida a su madre en el momento en que se dio cuenta que ella había empezado a escribir una carta-
Se ruborizó al percatarse de que sin necesidad de expresar palabra alguna lo había descubierto y eso era para ella una muestra más de que él respetaba al máximo la individualidad de su espacio. En el fondo le hubiera gustado agradecerle, devolviéndole la sonrisa y sosteniendo un poco más la conexión con su mirada; pero no pudo encontrar dentro de si la fuerza necesaria para hacerlo y disimuladamente sus ojos buscaron algo en que centrarse y justificara el romper con esa comunicación "no verbal" que en cierta forma le divertía también, pero al mismo tiempo comenzaba a incomodarle.
Así fue como su mirada tropezó en el asiento contiguo con un libro de pasta gruesa en cuya tapa se leía el título "Cuentos de La Alhambra", y que al empezar a hojearlo Margarita descubrió que se trataba de especie de novela que entremezclaba una serie de narraciones y cuentos con un libro de viajes y de diario.
Fernando, al descubrir la expresión de sorpresa e ilusión que se había reflejado en el brillo de sus ojos; no desaprovechó la oportunidad para integrarla a la plática y como si fuera un comentario simple, comenzó a relatarles a ella y a Doña Águeda algunas de las historias contenidas en ese libro: la de tres hermosas princesas encerradas en una torre para que no se enamoraran; la de un fabuloso tesoro encontrado por un aguador; y la más hermosa de todas: La de la Rosa de la Alhambra capaz de curar la melancolía de un rey...
Apenas comenzaba su relato y tanto Margarita como Águeda ya lo escuchaban fascinadas; pero el encanto en las palabras y la voz de Fernando fueron interrumpidos en forma abrupta, cuando el estruendoso sonido de varios jinetes cabalgando al mismo tiempo para darles alcance y rodear por completo la carreta en la que ellos viajaban los hizo detener la marcha.
Al darse cuenta de que eran varios hombres y estaban armados, a pesar de la expresión de serenidad que Fernando intentó transmitirles, el tono serio con que les informó que se bajaría a averiguar le hizo saber a ambas damas que por ningún motivo debían asomarse por las ventanillas y debían permanecer pasara lo que pasara en el interior de la carreta...
Margarita nerviosa y en un acto reflejo abrazó el libro que apenas unos minutos antes había logrado hacerla soñar despierta; mientras que Doña Águeda por su parte, temerosa se cambió de asiento y fue a sentarse lo más cerca que se pudiera con su hija.
En el exterior de la carreta solamente se escuchaba el sonido característico de los caballos exhaustos después de una cabalgata larga.
La ausencia de voces humanas, hablando o discutiendo comenzó a ponerlas todavía un poco más nerviosas; cuando de pronto la portezuela de la carreta se abrió y un hombre con un pañuelo anudado sobre la cara y que solamente le dejaba al descubierto la parte de los ojos les pidió de una forma poco amable que se bajaran.
¿Dónde estaba Fernando? ¿Y qué demonios estaba pasando?... Margarita comenzó a sentir más enojo que miedo, y a pesar de que Doña Águeda le pidió que no lo hiciera; la adrenalina y el presentimiento de que a Fernando pudiera estarle pasando algo, la hizo levantarse de su asiento y prácticamente aventar al tipo con el rostro oculto, para salir a investigar...
Continuará...
Datos sobre Cine extraídos de:
"La Mirada Desenterrada"
Juárez y El Paso vistos por el cine (1896-1916)
Autores: Willivaldo Delgadillo - Maribel Limongi
Editorial: Cuadro Por Cuadro
"La Mirada Desenterrada"
Juárez y El Paso vistos por el cine (1896-1916)
Autores: Willivaldo Delgadillo - Maribel Limongi
Editorial: Cuadro Por Cuadro
Comments
Para empezar me ancantó la carta, el papel, los recortes, es admirable eso de vos, porque no sólo contás las historias de una manera atrapante, sino que además hay una producción detrás de cada texto, las imágenes, o en éste caso lo que hiciste para que pareciera una carta real y de esa época, felicidades mi chava!!! tiene usted mucho talento.
Me encanta la complicidad de Margarita y Verónica, eso fue y es indispensable no importa la época, contar con alguien con quien compartir las cosas mas simples y aquellas mas complejas no tiene precio.
También me encantó el respeto que le tiene Fernando a Margarita, eso de entender lo que hace y dejarle su espacio eso ni HOY se encuentra!!!!.
Nada más tengo una cosa en contra que decir, NO PODES DEJAR LA HISTORIA ASI!!!!!!!!!, yo dije yyyyyyyyyyyyyyyyy???? que pasa? que pasa? que pasa? ayyyyyyyy! que guacha!!!! y bueeeeno tendré que esperar el próximo capítulo.
De verdad te quiero felicitar por esta historia contada en partes, muy buena idea de tu parte, creo que no vos creias que te iba a quedar tan lindo todo eso, pero así es la gente talentosa, con capacidad e imaginación, por eso soy tu fan y no me voy a cansar de decirte todo lo que sos.
Sigo esperando ansiosa, ojalá tenga muchos capítulos estas remembranzas.
Te dejo un gran abrazototote, y gracias por la historia.