"El Faro" y "El Caminante".


Existió hace mucho tiempo un Caminante. Llevaba varios años dejando huella de su paso por distintas rutas y senderos. No era que hubiera recorrido tantos kilómetros o que sus mismos pasos lo hubieran llevado a viajar tan lejos, sino más bien que pasó tantas veces por los mismos caminos; que aunque podía  transitar sobre ellos con los ojos cerrados (de tan perfecto que los conocía), la realidad era, que El Caminante tenía una inclinación natural por las cosas simples y sencillas.

En su alma, y con el tiempo, se desarrolló "un algo" que le permitía ver cosas distintas... Esas, de las que nadie más se percataba en todos y cada uno de esos lugares, por los que este pintoresco personaje pasó más de una vez.

Hubo épocas en que su equipaje fue demasiado pesado, pero también hubo lapsos durante el trayecto, en los que aprendió a deshacerse de lo que ya no le era útil, ni tampoco importante. En la etapa más reciente de su vida, viajaba ya con una sola mochila. Esta era de cuero y la llevaba siempre colgada en la espalda. Estaba siempre repleta de buenos momentos, de recuerdos del pasado que de cuando en cuando sacaba de la mochila para no olvidar quien era, ni tampoco de donde venía; así como también de sentimientos empaquetados en bolsitas de regalo, y que llevaba siempre listas para darle (sin esperar nada a cambio), a quien saliera a su paso.

Un buen día, al dar la vuelta en un recodo del camino; la vida quiso que El Caminante descubriera que a lo lejos existía un hermoso e inmenso Faro. A pesar de que la distancia entre uno y otro era incalculable, la luz del Faro era tan intensa; que El Caminante se dio cuenta que mientras ese haz de luz iluminara el camino que tenía por delante; no necesitaría ni siquiera abrir más los ojos cuando le tocara transitar de noche por caminos pedregosos o demasiado accidentados.

Era muy curioso, porque el primer día que El Faro enfocó su luz hacia donde estaba El Caminante; este, llevaba varios días con un inmenso deseo en el alma, que durante la travesía de cada día se convertía en un insistente pensamiento: "Encontrar en el camino a alguien que me acompañe en este viaje y con quien siempre pueda hablar"...

Dicen por ahí que "el universo conspira" y el deseo de El Caminante fue concedido. A pesar de que El Faro se encontraba a miles de kilómetros de distancia; durante cada trayecto se hacía siempre tan visible y presente; que El Caminante nunca más tuvo necesidad de volver a encender una antorcha para alumbrarse el camino; sino que por primera vez supo lo que era viajar sintiéndose acompañado y perdió por completo el miedo; aunque tuviera que a travesar por parajes desiertos o transitar a oscuras durante las noches de tormenta y viento.

Bastaba tan sólo que fijara sus ojos en dirección hacia donde se ubicaba El Faro; para que su alma se sintiera tranquila y supiera que mientras la luminosidad delineara cada espacio donde debía marcar sus pasos; nada ni nadie impediría que llegara hacia donde tenía que llegar.

El Faro también se acostumbró al Caminante; cada uno desde su sitio, desafiaba al tiempo y también a la enorme lejanía. Durante el día, El Caminante le contaba las historias de todo cuanto había visto en el día; y El Faro, con su potente rayo luminoso, durante las noches más oscuras, le enseñó a diferenciar el brillo que emana de los satélites que se disfrazan y se esconden entre las estrellas; así como también le mostró la magia de los sueños que se materializan bajo la estela que deja una estrella fugaz.

Por eso fue que El Caminante no lo dudó ni un instante, cuando un día despertó con la idea en el alma de caminar y recorrer los kilómetros que fueran necesarios para viajar hasta el lugar en donde se ubicaba El Faro. Jamás se había aventurado a encaminar sus pasos para llegar hasta un punto tan lejano; y aunque no tenía ni la menor idea de cómo lo haría; era tan grande su deseo de estar frente al Faro que se enfocó en su objetivo y después de un tiempo logró llegar un día hasta ahí.


No se equivocó al pensar que El Faro era igual de grande que como lo veía a la distancia. El camino hasta ese punto se convirtió en la más grande aventura de su vida; y su corazón se llenó todavía más, porque se dio cuenta que cada cosa vivida y todo el esfuerzo puesto en el trayecto valió la pena para llegar a encontrarse con aquel gigante que con el paso del tiempo se convirtió no sólo en su guía, sino en su mejor amigo.

El tiempo pasó, y a pesar de que El Caminante y El Faro seguían siendo tan amigos, cuando el primero volvió a su lugar de origen, la vida le tenía ya designados otros caminos, mientras que El Faro tuvo que aprender a ser todavía más fuerte durante una temporada muy larga de tormenta.

Nunca dejó de alumbrar a quienes le rodeaban, pero de entre toda esa gente surgió de pronto un ser demasiado oscuro, que tras el antifaz de la cercanía ocultó durante mucho tiempo su verdadero rostro; así como la negativa intención de propiciar que la luz azul de El Faro se extinguiera.

Por suerte El Faro resistió y logró sobreponerse; pero su luz hacia El Caminante ya nunca fue la misma... No dejaron de ser amigos, pero así como El Faro encontró en nuevas tierras lejanas al otro lado del océano, puntos y personas nuevas para iluminar; a El Caminante, la vida le tenía deparados nuevos senderos y caminos.

El Caminante extrañaba muchísimo la luz de El Faro; y aunque a veces sentía miedo al caminar de noche; sabía que no podía detener sus pasos ni dejar de caminar por muy desconcertante o poco visible que fuera la ruta que tenía por delante.

En el camino no había señalamientos ni tampoco marcas que le indicaran la dirección a seguir... En los momentos cuando El Caminante se sentía solo, perdido o tenía dudas, lo único que podía hacer era sentarse un momento, para mirar las estrellas y recordar los días en que al pie del faro todas las cosas simples se veían de colores más brillantes y de un modo especial y distinto.

A veces también se detenía por instantes para lanzar hojas al viento. A pesar de que El Faro ya iluminaba hacia otros horizontes, era posible que tal vez nunca más volvieran a verse, que los pasos de El Caminante nunca más encontraran un retorno.... La pregunta estaba en el aire y la respuesta sólo Dios la conocía, pero El Caminante quería que supiera que sin importar la distancia y el tiempo, aunque estuviera lejos, aunque sus palabras sonaran lejanas o ya no importaran, sería alguien con quien pasara lo que pasara; El Faro siempre podría contar.

Comments

majana said…
Que bonita historia, me gusto mucho.

Saludos, abrazo!

Que tengas bonito inicio de semana :)
Martiuks said…
Que bueno que te gustó Ale... Fíjate que este post estuvo bien curioso, lo empecé a escribir en Enero de este año y se quedó guardado y anoche así de repente lo terminé.

Bonito inicio de semana para ti también.
El faro dejó de iluminar???, Encontró en nuevas tierras lejanas al otro lado del océano, puntos y personas nuevas para iluminar??? La luz hacia el caminante ya nunca fue la misma???

Yo creo que la culpa no es de El Faro, el caminante también debería de asumir la culpa si es que de verdad el faro ilumina diferente. El caminante debería de dejar de pensar, suponer, y tener eso que hay que tener para dejarse de tanto drama y hacer las cosas diferentes.

Está muy linda la historia, pero en ciertos puntos no me gustó
Martiuks said…
VANE:

El caminante siempre, siempre estuvo muy consciente de sus errores, de hecho eran de las cosas que cargaba en la mochila siempre y en el alma, sabía todo lo que perdió; pero eso nunca cambió la percepción que tenía del faro ni hizo tampoco que lo dejara de ver como algo muy grande y que a pesar de la distancia era parte de su vida.

Tal vez El Caminante era un tonto, que no sabía ahora como andar sin la luz del faro, tal vez andaba a tientas y por caminos equivocados; tal vez fue injusto con El Faro, pero esos son errores que se cometen y no cambian la percepción de lo que se siente.

Para El Caminante, El Faro siempre va a ser grande, siempre va iluminar cualquier lugar hacia donde se enfoque y El Caminante, aunque se sienta torpe sin su luz, nunca se va a olvidar de ese viaje tan grande y de la experiencia tan chida que le dejó lanzarse hacia esa búsqueda que fue una de las cosas más lindas de su vida.

Cualquiera que sea el camino, siempre, siempre su vista estará enfocada hacia donde El Faro se encuentra. Eso nada ni nadie lo va cambiar.

Perdón por haber sido tan intolerante y quizá hasta injusta, a veces los sentimientos te ciegan, pero nunca, de verdad, créeme que nunca se expresan con intención de lastimar.

¡Gracias por tu eterna luz!

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