De Historias y Reflexiones de Hospital
En todos los lugares se escriben historias, y cuando pasas demasiado tiempo en uno solo, no es nada difícil descubrirlas, atraparlas o darte cuenta que tú mismo eres una de ellas.
Lo interesante de la vida, es que todas las historias suceden al mismo tiempo... Desde el instante mismo en que sales de tu casa, los destinos de millones de personas coinciden muchas veces sin ni siquiera cruzarse y son tan sólo algunos los que se entrelazan; algo así como si fueran un montón de hilos de todos los colores y texturas que en conjunto conforman un complejo tejido.
Eso fue lo que aprendí luego de que por cuestiones de trabajo, he pasado ya un año de estar de pie durante varias horas al día en las diversas instalaciones que hay por toda la ciudad del hospital público más grande que existe en el país.
Desde ahí y durante más de 365 días, con frío o calor intenso. me ha tocado ser testigo de historias que comienzan, otras que terminan de manera muy triste y al mismo tiempo ser la única persona que presta oídos y con quien alguien habla. mientras la eterna espera por la recuperación de un familiar o ser querido se vuelve interminable o de plano no llega.
A las puertas de ese hospital he visto ángeles pequeños en cajas de cristal en un intento desesperado por conservar su vida; parejas muy jóvenes que salen a la calle sin un peso en la bolsa, pero llevando en un pequeño bulto de color azul o rosa la esperanza tan pequeñita que ni siquiera imaginan les dará la fuerza para salir adelante.
Hasta ahora, de todas las historias que allí se escriben, me ha tocado ser sólo testigo y no protagonista... Eso de verdad es un privilegio, porque muchas son despedidas con final muy triste, porque para bien o para mal ese es un lugar donde a diario la vida y la muerte se cruzan en los pasillos sin oportunidad siquiera para saludarse.
Una mañana durante el desayuno, una mujer me contó de sus largas noches de espera mientras su hermana intentaba recuperarse de una rara enfermedad... La recuperación nunca llegó.. Y así entre el aroma a cloro y medicamentos la vida transcurre en espera de algo: un diagnóstico, un nacimiento, el regreso de la fuerza en el alma y el cuerpo mientras la vida es eso que sucede del otro lado de la ventana mientras alguien se recupera en una cama de la zona hospitalaria.
He perdido ya la cuenta, pero recuerdo todas y cada una de las cosas que entre esos pasillos he visto; cada una de las conversaciones que he tenido y la que más recuerdo hasta ahora ha sido una en especial que careció por completo de diálogo y la corporalidad hizo prescindir a las palabras.
En esa ocasión yo estaba tramitando un permiso para instalar un módulo adentro de una de las clínicas, y la oficina del director general se encontraba en el mismo piso y muy cerca de la zona donde ingresan los pacientes que están en internamiento. Yo salí un tanto molesta porque me habían hecho ya dar varias vueltas y por mera burocracia el papel con la autorización nada más no estaba listo.
A eso se reducía toda mi preocupación en ese día, y la idea de cuántas visitas más a esa oficina me faltaban era lo único que ocupaba mi cabeza, hasta el instante en que poco antes de llegar a la puerta de salida, en el punto donde comienza el área de ingreso a la zona donde se encuentran los pacientes internados, la puerta del elevador se abrió trayendo consigo a un par de camilleros que llevaban a una chica muy enferma.
Mi mirada y la suya se encontraron... Ella no necesitó expresar palabra alguna, porque la expresión de su rostro me hizo saber que todo el dolor imaginable se hallaba concentrado en su cuerpo y no existía medicamento o remedio en ningún rincón de ese hospital que sirviera para atenuarlo.
Ese microsegundo en que su vida y la mía coincidieron, fue más que suficiente para que yo entendiera que no existe problema grande o pequeño que no pueda ser solucionado y que eres libre y la vida dura sólo mientras puedas tener control sobre tu cuerpo.
En ese mismo hospital empezó mi propia vida hace cuatro décadas atrás; y luego de tanto tiempo, en esos pasillos donde a diario la carencia toma dimensión y forma, hay gente que como yo se gana la vida, mientras que otros regalan en forma de comida y bebidas calientes un poco de esperanza.
De pie y en cada una de esas clínicas observas la vida y descubres que tú mismo puedes ser una de esas tantas historias... Y si antes de ese encuentro de miradas yo ya rezaba al final del día por los que nacen y por los que en cada segundo abandonan este mundo; hoy más que nunca tengo la convicción de que hacerlo es de cierto modo, como poner una vela en el largo camino donde tantas personas, todos los días, necesitan más que ayuda, un poco de fe y luz.
A las puertas de ese hospital he visto ángeles pequeños en cajas de cristal en un intento desesperado por conservar su vida; parejas muy jóvenes que salen a la calle sin un peso en la bolsa, pero llevando en un pequeño bulto de color azul o rosa la esperanza tan pequeñita que ni siquiera imaginan les dará la fuerza para salir adelante.
Hasta ahora, de todas las historias que allí se escriben, me ha tocado ser sólo testigo y no protagonista... Eso de verdad es un privilegio, porque muchas son despedidas con final muy triste, porque para bien o para mal ese es un lugar donde a diario la vida y la muerte se cruzan en los pasillos sin oportunidad siquiera para saludarse.
Una mañana durante el desayuno, una mujer me contó de sus largas noches de espera mientras su hermana intentaba recuperarse de una rara enfermedad... La recuperación nunca llegó.. Y así entre el aroma a cloro y medicamentos la vida transcurre en espera de algo: un diagnóstico, un nacimiento, el regreso de la fuerza en el alma y el cuerpo mientras la vida es eso que sucede del otro lado de la ventana mientras alguien se recupera en una cama de la zona hospitalaria.
He perdido ya la cuenta, pero recuerdo todas y cada una de las cosas que entre esos pasillos he visto; cada una de las conversaciones que he tenido y la que más recuerdo hasta ahora ha sido una en especial que careció por completo de diálogo y la corporalidad hizo prescindir a las palabras.
En esa ocasión yo estaba tramitando un permiso para instalar un módulo adentro de una de las clínicas, y la oficina del director general se encontraba en el mismo piso y muy cerca de la zona donde ingresan los pacientes que están en internamiento. Yo salí un tanto molesta porque me habían hecho ya dar varias vueltas y por mera burocracia el papel con la autorización nada más no estaba listo.
A eso se reducía toda mi preocupación en ese día, y la idea de cuántas visitas más a esa oficina me faltaban era lo único que ocupaba mi cabeza, hasta el instante en que poco antes de llegar a la puerta de salida, en el punto donde comienza el área de ingreso a la zona donde se encuentran los pacientes internados, la puerta del elevador se abrió trayendo consigo a un par de camilleros que llevaban a una chica muy enferma.
Mi mirada y la suya se encontraron... Ella no necesitó expresar palabra alguna, porque la expresión de su rostro me hizo saber que todo el dolor imaginable se hallaba concentrado en su cuerpo y no existía medicamento o remedio en ningún rincón de ese hospital que sirviera para atenuarlo.
Ese microsegundo en que su vida y la mía coincidieron, fue más que suficiente para que yo entendiera que no existe problema grande o pequeño que no pueda ser solucionado y que eres libre y la vida dura sólo mientras puedas tener control sobre tu cuerpo.
En ese mismo hospital empezó mi propia vida hace cuatro décadas atrás; y luego de tanto tiempo, en esos pasillos donde a diario la carencia toma dimensión y forma, hay gente que como yo se gana la vida, mientras que otros regalan en forma de comida y bebidas calientes un poco de esperanza.
De pie y en cada una de esas clínicas observas la vida y descubres que tú mismo puedes ser una de esas tantas historias... Y si antes de ese encuentro de miradas yo ya rezaba al final del día por los que nacen y por los que en cada segundo abandonan este mundo; hoy más que nunca tengo la convicción de que hacerlo es de cierto modo, como poner una vela en el largo camino donde tantas personas, todos los días, necesitan más que ayuda, un poco de fe y luz.
Comments
Es increíble el dolor y la miseria que se vive día a día en los hospitales, yo creo que todos lo hemos visto, pero pocos como tú se ponen a reflexionar sobre eso.
Martuchis eres una gran persona.
Un abrazo con amor
Había un chileno llamado Manuel Lezaeta Acharán que en el siglo 19 era estudiante de medicina y contrajo sífilis que los médicos trataron con diversos medicamentos que lo dejaron en terrible estado y fue curado por el padre Tadeo de Wiesent que le recomendó prácticas del naturismo entonces en boga consistentes en dieta mayormente vegetariana, chorros de agua fría, envolturas húmedas, contacto con la tierra, y entró en remisión su estado cercano a la muerte, entonces dejó el estudio de medicina por no creer más en la medicina convencional y estudió abogacía, y como dijo el médico naturista Jaime Scolnik, el título de abogado le sirvió porque lo persiguieron legalmente por ejercer ilegalmente la medicina ya que el trató y curó a muchísima gente, al igual que otros naturistas como Sebastian Kneipp, Vincent Priessnitz, Kuhne, que fueron encarcelados y liberados tras los testimonios de miles de pacientes que dijeron haberse curado... sin embargo, se sigue negando la eficacia de practicas caseras gratuitas y simples, en pos de mantener un negocio; como decía Gandhi (que era naturista): la gente estudia medicina para obtener honores y riquezas; no hay un verdadero servicio a la humanidad en la medicina (sin querer ofender a los médicos, pero el sistema farmacológico es totalmente incorrecto; yo mismo lo he sufrido).
Muchas de esas historias tristes pueden revertirse, la clave está en la información y en la puesta en práctica de la misma.
P.D. En Bienvenidos a mi huev blog" la fecha dice 2025.
Un abrazo con amor