Ángeles entre nosotros...
Desde siempre creyó en ellos, pero aquella tarde ni siquiera los tenía en mente...
Era ya tarde, y la prisa propició que su velocidad fuera tan insuficiente contra el tiempo y la distancia que todavía eran necesarias para llegar a tiempo a su trabajo.
En plena canícula de verano, los días así se transformaban en un infierno. Era quizá por eso que su mente estaba tan en blanco como un lienzo, que tampoco se dio cuenta cuando en un segundo el cielo se volvió negro.
No era tiempo de lluvia, pero la agresividad repentina del viento y las primeras gotas que empezaron a caer sobre el pavimento, de pronto, a la par de hacerle volver de manera tan abrupta a la realidad, le recordaron también que faltaban más de 100 metros antes de llegar hasta la puerta que marcaba el final de su camino.
Aceleró el paso todavía un poco más, resignada a la idea de que además del tiempo de retardo, llegaría hecha una sopa.
El mundo real y sus complicaciones suele ser tan acaparador y rutinario, que no da espacio para la magia... Esa que permite (cuando el alma no está tan dormida); que sea capaz de ir en libertad mucho más allá.
Por eso fue que le sorprendió tanto que justo en el instante en que las gotas se volvieron más fuertes y constantes, a unos cuantos metros una camioneta de color blanco se detuvo entre todos los autos. Tras descender el cristal del lado del conductor, dejó al descubierto a una chica desconocida, quien desde ahí y en imperativo, le expresó una sola frase:
-¡Sube!, yo también voy para allá.-
No la conocía, jamás la había visto tampoco, pero a pesar de eso no le inspiró en ningún momento ni media pizca de desconfianza.
En cuanto estuvo en el asiento y cerró tras de si la puerta del vehículo, el cielo comenzó a deshacerse, llenando las aceras y todo lugar descubierto de gotas suicidas que hacían retumbar toda superficie al unísono. Eso era lo menos importante, puesto que en el interior de aquella camioneta una sonrisa espontánea enmarcó el comienzo de una breve charla.
-Yo también ya voy tarde... Aunque no tengo muy claro cuál es la hora de entrada. Soy nueva y hoy es mi primer día de trabajo..
Caminando, el trayecto hubiera sido una eternidad, pero dentro del vehículo, apenas si fue un instante. La chica desconocida detuvo su vehículo justo en la entrada del edificio principal, y con una sonrisa entre divertida y pícara, dijo que su camino aún continuaba hasta el complejo de la planta contigua que estaba todavía más allá y que "rogaba" por encontrar un lugar libre en el estacionamiento.
Sin duda alguna un encuentro casual (como a diario suceden tantos)... De momento ni siquiera tomó consciencia de eso, y no fue hasta que caminaba por el pasillo azul, directo a su área de trabajo que se percató al pasar cerca del reloj controlador de accesos que no sólo había llegado muy a tiempo, sino también que a pesar de que afuera las nubes seguían desgajándose contra el techo, su ropa y su cabello estuvieron intactos gracias a esa desconocida que entre toda la gente que a diario pasa, se detuvo en el instante perfecto.
Nunca más la volvió a ver... Algo demasiado extraño dentro de una empresa donde entre edificios existen áreas comúnes y lo habitual era conocer los rostros de las personas que a diario acudían a trabajar dentro de los complejos que conformaban la empresa.
Durante varios días estuvo atenta sin que sucediera nada más allá de lo habitual.... Incluso en el área donde se dio el encuentro tan breve.
La chica de la camioneta blanca tal vez era alguien tan normal como lo puede ser cualquier otra persona, pero en un día de lluvia y prisa se convirtió sin saberlo en una emisaria del cielo que en un punto y momento tan precisos, trajo un recordatorio del cielo, referente a que la ayuda o las cosas que en realidad uno necesita (y en ocasiones hasta sin saberlo); aparecen de la forma que menos se imagina.
Los ángeles están cada día entre nosotros... Hace mucho que dejaron de usar alas y túnicas largas de color claro ceñidas a la cintura con lazos dorados... Salen todos los días de casa muy temprano, vestidos de traje o hasta con ropa cómoda (para trabajar en un hospital o consultorio); o pueden andar por ahí, llevar mochila y ser el desconocido que te ayuda en jeans a cambiar la llanta ponchada de tu auto de camino al trabajo, o quien a pesar de llevar prisa, hace una pausa en su camino para ayudarte si te quedas varado en medio de una calle en una ciudad que ni siquiera conoces o en pleno aeropuerto.
Yo no te sé decir si las alas pasaron ya de moda o si las tendrán arrumbadas en casa, colgadas junto a la ropa de invierno dentro del closet o en un perchero... Lo que sí sé es que esta mañana o cualquier otra de otro tiempo, (mientras te arreglas), tal vez ni siquiera te pasa por la cabeza que ese ángel puedes ser TÚ.
Comments