El Sabor de Los Viernes...

El sabor de los viernes comienza a percibirse desde que las manecillas le hacen un guiño a las seis de la tarde...

Hay tráfico en las calles, pero eso no importa, porque ya no hay prisa de nada, pero si urgencia de encuentros...

El sabor de los viernes se refleja en una mirada cómplice que descubres a través del retrovisor cuando a lo lejos alguien te sonríe mientras sus pasos se van acercando, y una vez que la distancia se ha reducido por completo, puedes ser capaz de ver tu propio reflejo en el brillo de otros ojos. 

Cuando el quinto día de la semana llega, los abrazos de bienvenida son tan reconfortantes que de pronto pareciera que detienen el tiempo. La ausencia de palabras y las sonrisas que se cruzan y pigmentan tu piel con el exceso de circulación que colorea tu rostro, se convierten en el mejor antídoto para que avanzar en medio de una fila interminable de autos mientras la luz cambia de rojo a verde, la espera no parezca una eternidad.

El sabor de los viernes se materializa en la textura de una cena deliciosa a la luz de las velas en algún sitio especial o mejor aún: en casa... Aunque no haya motivo especial para celebrar (más allá del placer de convivir y encontrarse)... Se adereza con besos e interminables horas de sobremesa por el simple hecho de que ya no hay urgencia ni premura de llegar o cumplir con nada y es entonces cuando la noche se vuelve cómplice, por instantes etérea y mágica hasta el punto donde los sentidos desdibujan el paso del tiempo.

El sabor de los viernes se viste de jeans y tenis para caminar en un parque a la luz de la luna. A veces va un poco más rápido sobre un par de ruedas con manubrios; se puede asomar también de entre las páginas de un libro con una historia interesante que se quedó a medias, tan sólo porque entre semana no es muy buena idea ir a la cama muy tarde: y entonces espera con paciencia a que después del Domingo los primeros días se desgasten pronto, hasta llegar al punto donde retomar las frases y las letras que emocionan, se vuelven un regalo tan simple, si  es que alguien te escucha sacarlas poco a poco del silencio guardado entre páginas, con su cabeza reclinada sobre tus piernas, con una cascada de cabellos esparcidos que alcanzan hasta el borde del sofá.

El sabor de los viernes es único y placentero... A veces tiene sonido de risas y otras presencia de silencio, complicidad que alimenta el alma mientras se observan las estrellas desde la azotea afuera de la casa o algún otro punto alto de una hermosa ciudad desértica... 

...Sabe también a regreso a casa con una sonrisa bocetada en el rostro, mientras te divierte oir cantar una balada cuando manejas llevando en el asiento de al lado a quien comparte sus días contigo...  A veces se impregna en instantes que se vuelven un intento pretencioso por detener el paso del tiempo, pero al final del día tan sólo son trocitos de vida que se plasman dentro del alma y sirven para extrañar mucho menos... Son como dulces envueltos en celofan para llevar y sacar de dentro de los bolsillos de los jeans durante los días en que la distancia es demasiada o el sueño te vence pensando en que quizá hace falta tanto para que el reloj vuelva a coquetear con la posibilidad de abrazos que envuelven de madrugada, hasta el punto del tiempo donde cada emoción se vuelve tangible a través de la piel y los sentidos, en un descarado intento por disfrazar la realidad de eternidad...

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