Empezar en Viernes



1:33 de la mañana, en el tercer día que parece que Dios ha otorgado una “tregua” porque después de tantas semanas de calor intenso (arriba de los 100 grados centígrados), las últimas 3 noches, además de haber sido hermosas, también se han revestido de humedad y una deliciosa brisa fresca, de esa que te hace despertar en la madrugada buscando una manta o una sábana delgada para cubrirte del frío, o si duermes al lado del amor de tu vida te hace abrazarte a su espalda o buscar su cercanía física para evitar así que el frío de la madrugada te envuelva, tal y como siempre sucede en los meses cuando ya el verano ha emigrado hacia otra parte del continente, y el solisticio de invierno con sus días cortos y sus madrugadas gélidas está por comenzar.

Hace también un par de días (la verdad no lo recuerdo bien), me di cuenta que en el cielo también había “Luna Nueva”, la verdad nunca le doy mucha importancia a eso, pero sé que este astro juega un papel determinante en muchos de los ciclos que rigen nuestras vidas, en varios de los procesos que de modo constante se repiten como un ciclo y forman parte de la madre tierra o naturaleza, como el nivel del mar, la intensidad del oleaje y la fuerza de las mareas, y pienso que tal vez todo esto suceda y esté por esa razón destinado a repetirse como un ciclo infinito que de modo sutil permanece siempre ahí para recordarnos que pase lo que pase, la vida es eso, movimiento perpetuo, constante cambio, trayectoria eterna, línea paralela que para nada se interrumpe (ni aún con el proceso de la muerte) y que pase lo que pase siempre nos dará también la posibilidad de volver a empezar.

Esta madrugada pienso, que quizá haber visto en el cielo una Luna Nueva, justo en la semana cuando el sexto mes termina, sucedió a propósito, puesto que a pesar de que sólo en Diciembre, en el trigésimo primer día y cuando el reloj se va acercando a la medianoche se tiene más conciencia sobre el término de un ciclo y el inicio de otro, con cada mes que termina, la luna quizá venga también a recordarnos de un modo más sencillo y cotidiano que la vida, (y en especial la de nosotras las mujeres, por las constantes alteraciones de los niveles hormonales), está llena de fases, de días y tardes con el cielo hermoso, excento de nubes o teñido en tonos azules, rosas y naranjas, que invitan a quienes transitan por las calles a escapar un rato del tráfico, para buscar un punto quizá menos transitado, para estacionar el auto y bajarse a contemplar el espectáculo; mientras que para los que cubrimos el camino de ida y de regreso, a bordo de transporte colectivo, o de cualquier otro vehículo alquilado, nos invita a buscar la forma de ganar un poco más de tiempo para salir a la calle lo más pronto posible, para tener así oportunidad también de recorrer distancias más grandes a paso tranquilo y pausado, todo con tal de disfrutar lo mismo que otras personas contemplan quizá a través de los cristales de las ventanas de su casa, o a bordo de un vehículo en pleno movimiento.

Es sorprendente como algo tan sencillo puede propiciar al final del día que un espacio de 24 horas, rutinario y en apariencia idéntico a los que le precedieron, cobre sentido y con esa misma simpleza evoque en el interior de cada persona la razón que hace que la vida valga la pena, porque a pesar de que en ese mismo ciclo encontramos también días soleados de calor intenso, que hasta a el más paciente los rayos solares le pulverizan y le calcinan hasta el último gramo de prudencia, valen más la pena los días en que la naturaleza nos permite ver ya casi al final del día, tras las montañas o quizá detrás de esas mismas nubes teñidas en tonos púrpuras, rosados y naranjas, “El Ojo de Dios” que se asoma para ver si lo que hicimos cada uno de nosotros (sin importar cual día de la semana sea) valió la pena, si tuvo sentido o fue un día más desperdiciado, para luego de mirarnos por un instante, despedirse y alejarse para cruzar el océano y mientras nosotros dormimos, Él aprovechar para cuidar de quienes están a punto de empezar un nuevo día a millones de kilómetros de distancia y en un continente diferente.

Detrás de cada final de mes, tal vez eso sea lo que haya oculto, la posibilidad de mirar hacia adentro y hacer un balance, balance que a su vez indica que tal vez después de todo no sea tan descabellada la idea de “Empezar en Viernes” (en lugar de un Lunes)… De no esperar a fin de año para trazarse nuevamente metas diferentes, para librar pequeñas y silenciosas “batallas personales” como levantarse temprano, dejar de fumar, hacer ejercicio, retomar lo inconcluso, dejar de sufrir, olvidar –o al menos hacer todo lo posible- para librarse de las cargas emocionales del pasado, para decir: “borrón y cuenta nueva”; y en pocas palabras, para ser alguien distinto, sonreír más y sacarle la vuelta al fantasma de la tristeza que de pronto llega y se abalanza de los espíritus sensibles y los envuelve con su capa gris para absorber así su energía, o simplemente permanece alerta y pisándole los pasos a quien esté vulnerable y a través de sus pensamientos, de modo inconsciente le de hospedaje gratuito en su corazón y en su vida.

El futuro es incierto, pero cada día nuevo que se vive, conforma una especie de “collar” de 30 nuevas oportunidades para vivir, con 7 piedras preciosas de 24 kilates = 7 días de la semana con 24 horas cada uno… Y no obstante, que cada quien puede utilizar ese regalo como mejor le plazca, la única condición es que si el collar se revienta y se pierde alguna de las cuentas, no habrá forma de recuperarla ni de volverlo a reparar… Pero tampoco hay que ser tan drásticos, cada mes que inicia, es seguro que nos traiga entre sus días envueltos algunos regalos… Puede ser un amanecer hermoso, una llamada sorpresiva, la visita inesperada de un amigo a quien no se ha visto en mucho tiempo, encontrarse de pronto con el amor en una esquina, recibir una sonrisa, un beso o un silencio que diga mucho más que un millón de letras y palabras…Tal vez esa sea la razón que justifique porque después de todo no es tan malo “Empezar en Viernes” para descubrir esas pequeñas cosas por las cuales a pesar de lo ordinario, vale la pena existir.

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