Cuento
Había una vez un fauno… (lo llamo así porque es la única palabra que se me ocurre y es la que encuentro más cercana para describir lo que era él)… Pero no… Pensándolo bien no podría llamarlo así, puesto que al observarlo de frente, su apariencia era mucho más parecida a la de un Centauro, con la diferencia de que sus extremidades eran de un ser humano normal, mientras que a sus espaldas (y de la cintura para abajo), tenía toda la complexión de un hermoso corcel, que plegadas sobre sus costados sostenía unas majestuosas alas blancas.
Contemplar su apariencia externa era similar a observar algo único y tan armonioso, que parecía increíble; puesto que por ser descendiente directo de los unicornios -y aunque él no era el único de su especie- la comunión que la naturaleza había logrado al poner en su apariencia los elementos más estéticos de ambas especies, hacía suponer a quien lo conociera, que su físico, era resultado del inmenso amor surgido entre un ser del mundo mágico y uno más del mundo real.
A pesar de que el Centauro era un ser hermoso (tanto en lo interno como en su exterior), la etapa más reciente de su vida la había vivido como un ser solitario y gris… No era parte de su naturaleza ni existía tampoco en apariencia una razón que justificara ¿por qué? un ser que vivía en compañía de seres tan amorosos de su misma especie y en un lugar grandioso (parecido a una villa), podía reflejar tanta tristeza en su mirada.
El motivo, era simple: Sin saber cómo ni cuando, el Centauro un día despertó para darse cuenta que estaría unido de por vida a una “Mujer de Piedra Lama”, una raro ser, que como su nombre lo indicaba era parte de una rara especie de criaturas vivas y cuya constitución física estaba conformada en su totalidad por una clase de mineral sólido y de color oscuro, muy similar a las rocas que se encuentran al fondo de las lagunas o pantanos, lo cual provocaba que de modo constante toda su piel estuviera húmeda y expidiera un líquido pegajoso color verde, de consistencia espesa y gruesa, muy parecida a lama o moho que se acumula en los pantanos o sitios con agua estancada.
Además de su apariencia tan poco agradable a la vista, por estar constituidos de los pies a la cabeza de materia sólida, los seres de “Piedra Lama” eran también agrios de carácter y hostiles a la convivencia con otras criaturas, e incluso en su trato entre ellos mismos.
Era extraño como dos tipos tan distintos de criaturas podían vivir en armonía dentro del mismo mundo, quizá como un claro ejemplo de cómo La Madre Tierra determina que en un mismo espacio convivan la belleza y la fealdad.
Como en todos los mundos mágicos, existían reglas que no podían ser transgredidas y garantizaban el equilibrio de todas las especies dentro de aquel mundo mágico; sin embargo, en el caso del Centauro y La Mujer de Piedra Lama había algo raro… Nadie podía explicar cómo una unión tan peculiar había sucedido, quizá la única explicación lógica era que La Mujer de Piedra Lama, en su imperiosa necesidad de poseer un poco de la belleza de la cual era evidente ella carecía, había puesto sus ojos en el más hermoso y especial de los centauros; provocando así, que muy posiblemente recurriera a algún hechizo para apoderarse no sólo de la libertad del Centauro, sino para quebrantar las leyes que La Madre Tierra había establecido desde el principio de los tiempos.
La verdad acerca de eso, solamente La Mujer de Piedra Lama la conocía… Dentro del mundo mágico nadie cuestionaba nada, y aunque en un principio ambas comunidades de seres hermosos y seres hostiles les causó desconcierto enterarse que fuera posible el que dos razas tan distintas pudieran unirse; en el fondo era un secreto a voces que detrás de todo eso había algo muy turbio, puesto que a pesar de que con el pacto espiritual “La Mujer de Piedra Lama” había obtenido para siempre la vida del Centauro, contrario a como sucede cuando dos seres se aman, ella no tenía posesión alguna sobre su alma y corazón.
Así fue como por primera vez dentro de ese universo se conoció lo que es la tristeza. La comunidad de seres alados veían con pesar y sin poder hacer nada, como el Centauro consumía sus días condenado a ser infeliz para siempre, y aunque La Mujer de Piedra Lama era muy generosa, lo trataba bien y siempre le demostraba de mil formas que su amor por él era verdadero; al Centauro cada día le costaba más trabajo no sólo disimular su repulsión, sino resignarse y aceptar la idea de que su destino era permanecer para siempre unido a ella.
Todas las madrugadas, como algo inevitable y mientras La Mujer de Piedra Lama dormía a su lado, tocando sus alas blancas, como una forma “sutil” de permanecer cercana a él y hacer valer de alguna forma sus “derechos como esposa”, en contraposición el Centauro pasaba largas horas despierto y llorando… Había perdido ya la cuenta de cuántas noches desesperado imploró a los Ángeles que enviaran un emisario al mundo mágico, con una señal, con una respuesta, con algo que le indicara que existía la posibilidad de ser liberado de tan terrible condena.
Muchas lunas y soles aparecieron y desaparecieron en el horizonte, para marcar así el inevitable paso del tiempo y evidenciar también como la esperanza y la fe del Centauro se consumieron a tal grado que estaban ya agonizando y a punto de desaparecer… Pero dicen, que no hay plegaria que no sea escuchada (sobre todo cuando se expresa con sinceridad y desde lo más profundo del alma), que en una de esas madrugadas, cuando el Centauro permanecía despierto y curiosamente no lloraba, porque dentro de sus ojos parecían haberse agotado las lágrimas, algo extraño sucedió…
Esa madrugada la oscuridad se volvió más densa… Tanto, que era imposible ver algo aún cuando la vista se hubiese adaptado a la ausencia de luz. En un principio, el Centauro pensó que se trataba de ese momento, cuando la oscuridad es más intensa, justo antes de comenzar a amanecer, pero además de que ya habían transcurrido varias horas, el silencio, era aún más desconcertante y le hizo saber que aquello no era algo normal.
Intrigado por lo extraño de las circunstancias, decidió esperar y permanecer despierto para averiguar que sucedía… Los minutos transcurrieron, se transformaron en un par de horas y ni la oscuridad ni el silencio parecían estar dispuestos a ceder… Entonces una idea llegó de forma repentina a la mente del Centauro: Era su oportunidad para escapar.
Con el corazón latiéndole a toda prisa y con la intranquilidad y el nerviosismo propios de quien teme que hasta su propio aliento cause ruido, como pudo, el Centauro se escabulló de los brazos de La Mujer de Piedra Lama, para luego de ponerse en pie y alejarse lo más posible (aún cuando no podía calcular con exactitud la distancia por lo espeso de la noche), una vez que considero que se encontraba ya lo suficientemente lejos, utilizó sus piernas de humano y sus extremidades de equino para correr lo más rápido que pudo, y cuando su fortaleza física estaba ya por agotarse, luego de mucho tiempo de no hacerlo y como si hubiese sido un impulso de su propio instinto, sus alas majestuosas se desplegaron para elevarlo por los aires y llevarlo así todavía más lejos.
Mientras volaba y escuchaba en medio de la infinita oscuridad el ruido provocado por agitar sus alas contra el viento, una intensa sensación de libertad se apoderó de su espíritu y además de la felicidad extrema que experimentó en su interior con ello, fue lo que a pesar del cansancio hizo que sacara fuerzas para volar cada vez más rápido.
La única idea que en ese instante sonaba con gran insistencia en su mente era: volar sin parar para viajar lo más lejos posible, y quizá así podría llegar a un lugar donde nadie nunca lo pudiera encontrar…
CONTINUARÁ...
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