Coma, antes de un punto final.


Vania lo besó y como todas las mañanas se dejó envolver por su peculiar olor a “limpio” y también por la inconfudible textura de la piel de su rostro recién acabado de afeitar. 

... Él no dijo nada. Ni siquiera la saludó. Se hallaba ensismismado en sus propios pensamientos y sueños… Así había sido desde hacia poco más de tres años.

No era que no le importara, o no quisiera responderle. No podía saberse con exactitud, pero los repentinos cambios de temperatura en su piel, quizá eran la muestra de que sí, la escuchaba. Tal vez como un eco lejano, tal vez sin entender mucho lo que le decía; pero sí, su voz para él era perceptible y en medio de toda aquella realidad había veces en que el presente y las memorias de otros tiempos, para él, se mezclaban entre si. 

Aquella mañana ni siquiera volteó hacia la ventana mientras ella corría las cortinas para darle la bienvenida al nuevo día, que de inmediato se introdujo con la confianza para iluminarlo todo y propiciar que en medio de tanto silencio, la habitación se percibiera un poco más cálida.

Dante pudo sentir la nítida luz del sol a travesando la piel de sus párpados y luego la calidez de las manos de Vania sobre la piel de sus brazos, mientras ella le contaba -como todos los días- del tráfico insoportable que tuvo que sortear para poder reunirse con él.

Desde su lugar, él la escuchaba en silencio, ir y venir de un lado a otro, mientras le compartía que en casa (específicamente en el jardín), aquel rosal que nunca había florecido y que estaba a punto de “extirpar” de la tierra, luego de que parecía haberse secado tras el último invierno, en las últimas semanas, y tal como si se aferrara a la vida, logró expulsar un milagro en forma de pequeño botón.

Dante seguía la voz de ella con su propio silencio; y mientras Vania hablaba emocionada de ese pequeño milagro en el jardín de la casa de ambos, una imagen de ese lugar vino a la mente de él. Era tal y como si estuviera viendo la proyección de una película ya conocida. En ella, aparecía Vania exactamente en ese mismo lugar al que ahora en su conversación hacía referencia.

Estaba sentada sobre el césped, doblando un montón de ropa limpia que colocaba en un cesto luego de haberla descolgado tras varias horas expuestas al sol. Dante estaba ahí de pie, a pocos metros de ella. Acababa de llegar a casa, y la descubrió tan simple y natural como ella era. Descalza, de playera clara y jeans de mezclilla, con los cabellos revueltos y enredados, rebelándose a permanecer atados en una coleta.

Él sonrió, para luego acercarse y besarla en la frente, pero al hacerlo, tras ella descubrió en el fondo del jardín y muy cerca de la barda, una rama inerte que sobresalía de un agujero con la tierra húmeda.

Dante le preguntó: ¿Si era el mismo rosal que habían sembrado con las semillas de aquel sobre que compraron en un vivero?, justo un fin de semana después de haberse mudado a esa casa? Vania le respondió con un suspiro que sí, pero al igual que ahora, él ya no escuchó más todo lo que ella le compartía. Una vez más estaba ensimismado en sus propios pensamientos…

Las presiones del trabajo, el estrés por alcanzar el objetivo de ventas más alto del corporativo, así como la enorme responsabilidad de no defraudar al directivo que por recomendación logró su promoción a un cargo con mayor importancia y responsabilidad jerárquica dentro de la compañía, se apoderaron otra vez por completo de su alma y cabeza: y no volvió a la realidad hasta que la voz enfurecida de Vania lo hizo reaccionar.

Cuando volvió a ese tiempo presente, la vio alejarse con el cesto de la ropa entre los brazos. Era evidente que estaba enfadada, y sólo alcanzó a escuchar que antes de azotar la puerta para entrar a la casa, a lo lejos le gritó que era un egoísta y no podía creer que le hubiera hecho aquello otra vez.

Vania tenía razón… Él era un egoísta… La sensación de su piel sobre su brazo (ahora en el presente), le hizo recordar que aquella misma madrugada, mientras bajo la penumbra, para él era perfectamente visible el color oscuro de su cabello esparcido sobre la almohada mientras ella dormía. Ahí contemplándola en silencio, fue que se dio cuenta cuanto la amaba y también de que todo cuando le decía ella siempre era cierto...

Entonces recordó la sensación de arrepentimiento que experimentó al estar ahí a su lado, y mientras se acercaba para envolverla con sus brazos, tras acomodar un mechón de su cabello detrás de su oído, le dio al mismo tiempo un beso y le pidió perdón.

Vanía estaba más dormida que despierta, pero en medio de su inconsciencia le respondió que lo amaba y ya nada de lo que había pasado tenía importancia. Luego se dio la vuelta y correspondió a su acercamiento, quedándose dormida reclinada muy cerca del corazón de él.

Ella tuvo siempre razón, no la escuchaba... Y después de cinco años juntos, las cosas no eran muy distintas, pero sí las circunstancias que los envolvían a los dos. Dante se sentía miserable, pero no podía ni siquiera decírselo mirándola a los ojos… Odiaba eso, pero más odiaba el silencio, estar tan confundido y sobre todo distante. Odiaba también el silencio tan intimidante cuando se quedaba completamente solo y que lo llevaba a pensar que después de tanto tiempo, de aguantar tanto, llegaría un día en que Vania no volvería más...

Él no podía ni siquiera decírselo. No podía llorar tampoco, ni siquiera podía ser capaz de mover sus dedos a unos pocos centímetros de distancia, para posar su mano sobre la de ella cuando lo tocaba, ni tan siquiera podía acomodarle los cabellos cuando sentía su respiración muy cerca y que le hacía saber que el cansancio la había vencido hasta quedarse dormida muy cerca de él.

Él quería volver, pero no sabía como... A veces escuchaba la voz de Vania y se veía a él mismo como si fuera un personaje incidental de todas aquellas historias que en voz alta le leía. Había veces que la escuchaba cantar, y días grises en que sentía la humedad de sus lágrimas sobre su rostro cuando la desesperación se apoderaba de ella y lo abrazaba para pedirle que volviera, que ella lo iba a seguir esperando ahí.

Doce estaciones habían pasado ya desde aquel fatídico día en que Dante emprendió un viaje sin retorno. Había sufrido un derrame cerebral que lo había dejado en estado de coma tras recibir medicamentos que no le estaban indicados para tratar un infarto.

El estrés, las pocas horas de sueño, la alimentación a deshoras y algunos cuantos cigarillos, habían sido la combinación perfecta para completar el viaje hacia ese lugar del que nadie sabía si algún día iría a regresar.

Una noche, sin saber exactamente como, Dante no sólo volvió a abrir los ojos, pudo levantarse por su propio pie y caminar hasta el enorme ventanal que se ubicaba justo frente a su cama dentro de aquel hospital.

Todo estaba muy oscuro... Tras el cristal ni siquiera era perceptible la calle ni las luces de la ciudad. Dante quería ver a Vania y como no estaba ahí, salió por la puerta de la habitación y perfiló sus pasos por el pasillo principal.

No volvió la vista atrás, por eso no se dio cuenta que quizá todo era una vez más un sueño, dentro de otro sueño... El inicio de un viaje hacia otro sitio donde su cuerpo tal vez ya no era necesario; pues por algo lo había dejado intacto o tal vez olvidado encima de la cama.

Él salió para ir en busca de su esposa, pero nunca pensó ni siquiera en la posibilidad de despedirse, puesto que para él ni para ella ni siquiera era asimilable la idea de una pauta en su historia que desde hacía tanto quedó en el tiempo suspendida, de una coma, antes del punto final.

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