"Remembranzas Fantasmagóricas" (Parte IV).



"A lo largo del Siglo XIX, cuando se llegaba a hablar de luto era sólo para deplorar que el período de duelo se iba haciendo más corto conforme se acercaba la nueva centuria...
Los lutos prolongados son señal de buenas costumbres"...


-Blanche de Géry-
(escrito en 1883)

Esta vez las sombras de la madrugada resplandecieron primero en la habitación de Margarita, quien aprovechando que su madre había salido a casa de una de sus amigas (lo cual representaba para ella un gran respiro); decidió aprovechar la ocasión, para con el pretexto de una cita con el modisto de Le Meson Worth, (para realizar unas pruebas y algunos ajustes a su vestido de novia); tras salir de allí -y con la suerte de que no tenía encima de ella la estricta mirada vigilante de su madre- ir a caminar al parque.

Después de ese paseo, llegó a casa y se recluyó en su habitación. De inmediato cerró tras de si la puerta, se despojó de los guantes y el elegante sombrero. Fue entonces cuando su mirada tropezó con una pequeña caja de color blanco envuelta con un listón de color morado, que entre el cartón y la tela que mantenía unida la caja y la tapa, tenía atorada una pequeña tarjeta con una caligrafía que en los últimos meses había aprendido a reconocer, a fuerza de tanto verla estampada en tinta, como la firma de Fernando de Iturrigaray.

Al mismo tiempo que se sentaba encima de la cama, arrancó la tarjeta para romperla y aventó con desdén la caja hacia el buró con la lámpara de noche... No necesitaba ni siquiera abrirla, sabía lo que contenía; pues cada día de la semana, sin faltar uno sólo puntualmente, Margarita recibió una orquidea de parte de él, acompañada de una tarjeta con sus
"respetuosos saludos".

A pesar de que Margarita lo conocía desde que eran niños (y en ese entonces le hacía la vida imposible), le parecía que Fernando, con el paso de los años se había convertido en un tipo demasiado serio, aburrido y solemne (al igual que todos esos hombres mayores con los que se reunía siempre su padre el doctor).

Por si eso fuera poco, odiaba su falta de originalidad que se hacía visible en ese tipo de regalos que de solo verlos, podían ponerla de muy mal humor...

Además le daba la impresión de que por ser hijo de uno de los médicos con mayor prestigio, sumado a los años que pasó estudiando en el extranjero, lo habían vuelto un tipo arrogante... Eso era lo que ella pensaba de él, estaba a punto de convertirse en su esposa, porque como hija de buena familia, le debía respeto a sus padres y a la palabra empeñada por ellos al establecer ese compromiso con los Iturrigaray.

Por eso era su deber aceptar ese matrimonio; porque sabía que siendo mujer, esa era la única forma que ellos tenían para asegurar su futuro; pero más allá de rezar (tal y como lo hacían las chicas de su clase y "en edad casadera"), porque Fernando resultara ser "un buen marido"; en el fondo ella, lo único que quería era ser completamente libre y estando casada y fuera del yugo de su madre, ya se las "ingeniaría" para lograr serlo por fin...

Margarita soñaba con entrar a la universidad -que a pesar de la aprobación de su padre- era Doña Águeda quien se lo tenía terminantemente prohibido... Pero bueno, esa era una triste circunstancia de su vida en la que ella no tenía ganas de pensar ni lamentarse en ese momento...

Su madre no había llegado aún, y si tomaba en cuenta que cada vez que Doña Águeda se reunía con sus amigas, la velada pintaba para largo... Eso le otorgaba cierto margen de tiempo disponible sólo para ella y que por nada del mundo debía desaprovechar...

Con la sonrisa entre pícara y divertida, fue y aseguró la puerta de la recámara colocándole el picaporte. Sin perder tiempo, abrió una de las puertas del enorme armario ubicado al fondo, para extraer un cesto con hilos y tela para bordado.

Luego colocó todo eso encima de la cama y del forro que quedaba colocado abajo del cojinete para atorar las agujas y los dedales, (en la parte final y más profunda de la canasta), extrajo un cuaderno de pastas gruesas y un estuche con lápices de madera y algunas tizas de carboncillo guardadas con gran meticulosidad adentro de una pequeña bolsita de tela.

El cuaderno tenía muchas anotaciones, Margarita escribía acerca de las cosas que pensaba y usualmente no podía decir...

Había devorado la mayoría de los libros que formaban parte del acervo que su padre tenía en su inmensa biblioteca, y en algunas ocasiones hasta escribía sobre eso; pero su cuaderno más allá de ser reflejo de las cosas en las que creía o pensaba; ella lo veía como un espacio donde podía disfrutar precisamente de esa libertad que en realidad no tenía para expresar lo que sentía, o las cosas que le impresionaban dentro de su pequeño mundo.

Hablaba también de sus sueños, y las páginas de esa especie de diario que más le gustaban, eran aquellas que tenían dibujos elaborados por ella misma, con los que ilustraba las historias fantásticas de las que a ella le hubiera gustado ser la protagonista, y también dibujaba con gran destreza imágenes de cosas o personas que formaban parte de su entorno, y al pie de las cuales escribía siempre lo que pensaba o las emociones que le producían...


Ese día en particular, durante su paseo por el parque se había encontrado con La Viuda de Altamirano y su pequeña hija Ximena.

Esa mujer tenía quizá la misma edad de Margarita; y a ella se le estremecía el corazón siempre que la veía, pues además de la pesada carga social que ya tenía por el uso forzado de las vestimentas en color negro y el velo hasta las rodillas -como parte de una tradición que pocas damas se atrevían a desafiar- Margarita "intuía", que más allá del luto que socialmente debía guardarle a su marido; su pesar por esa pérdida tan temprana en su vida, era genuino y verdadero.


En pleno final del Siglo XIX, e inicios del XX las normas sociales establecían que el período de luto podía durar -dependiendo de las costumbres y la alcurnia de la familia- entre 2 y 8 años... La Viuda de Altamirano llevaba cerca de 10 en los que nunca se dejó ver en lugares públicos o de diversión, o ni siquiera cerca de ellos (como los teatros, bailes o cafés).

Aquella tarde había sido toda una suerte verla en el parque, tan sólo porque por ser un día común de entre semana y por la hora, no encontró a nadie que se acercara a ella para darle esos saludos que denotaban lástima y conmiseración desde el primer acercamiento.

Sentada desde una banca a pocos metros de ella, Margarita comenzó a delinear sobre el papel en blanco los primeros trazos que una vez que tomaron forma, se convirtieron en los rasgos de La Viuda de Altamirano.

Continuó con su trabajo gráfico al llegar a casa, y a medida que deslizaba el carboncillo sobre la hoja, la imagen en el parque, de ella jugando con su pequeña, se iba dibujando con una facilidad que impresionaba, pues aún la mantenía tan nítida en su mente.

Quizá no se había dado cuenta, pero le impresionó demasiado el hecho de que era la primera vez en mucho tiempo, que en su mirada tan triste, se reflejaba (en la forma como veía a su hija), un sentimiento de amor y de luz.

Eso era lo que quería plasmar y no olvidar ese día... Realizó dos dibujos: uno en un intento por no dejar escapar esa imagen de la joven viuda con su niña; mientras que en el otro, detalló con gran precisión una parte del paisaje; y luego, como si fuese una de esas imágenes mágicas que salían de esos artefactos modernos llamados "Cámaras" y que Margarita tanto le llamaban la atención (al grado de que le había casi "rogado" a su padre para que se hiciera de una); además del vestido, logró atrapar la actitud de La Viuda de Altamirano.


En el caso del vestuario de Ximena, -al igual que el de otros niños en su época- este era una extensión del gusto y el atuendo de su madre, ya que los niños eran tratados como adultos a "escala".

Muchas veces utilizaban corsés de varillas de ballena que dificultaban la movilidad y hasta la respiración; pero con el simple hecho de observarlas a ambas a lo lejos, Margarita se había dado cuenta de que a pesar de que la ropa de Ximena obedecía más al seguimiento de una norma social, y no fue diseñada conforme a sus necesidades; su madre: La Viuda de Altamirano, no había sido tan estricta con ella en ese sentido, pues su ropa no era incómoda y ceñida, como todas aquellas prendas que tenían el doble propósito de corregir en los niños la postura y formarles un cuerpo acinturado.

Si ese dibujo de Margarita se hubiese conservado hasta nuestra época, a simple vista habría denotado además de los dictámenes de la decencia y el decoro respecto al luto, las reglas que la misma sociedad aplicaba para el atuendo de los niños también...

La sensibilidad de Margarita era tal, que para todos aquellos que fueran "un poquito más observadores", habría sido totalmente perceptible el indisoluble lazo de amor que existía entre madre e hija y que se proyectaba a través de ese dibujo -que prácticamente era una fotografía en boceto- pues había logrado captar lo material y aparente; pero al mismo tiempo, las emociones y sentimientos entre los cuales destacaba en sobremanera la inocencia de la pequeña Ximena.

Terminó el dibujo y se quedó observándolo un poco, pensando todavía en todo lo que durante esa tarde vió en el parque... Casi no la conocía, pero había algo en ella que le llamaba mucho la atención...

Aquella tarde, La Viuda de Altamirano -sin saberlo siquiera- la hizo cambiar la percepción que hasta entonces había tenido acerca de ella, pues tras esos ropajes oscuros percibió una sensibilidad y dulzura que en nada coincidían con todo lo que sabía y había escuchado decir en todo ese tiempo acerca de ella.

Entonces, como guiada por un impulso, ella misma interrumpió sus pensamientos, pues de pronto experimentó la imperiosa necesidad de ir a sentarse en el banquito cercano a la pequeña mesita (que en otra casa hubiese servido sólo como ornamento para sostener algún florero), pero que dada la personalidad de Margarita, en su habitación, tenía un mejor uso y era el espacio donde ella siempre tenía papel y un tintero listos para escribir.

En las primeras líneas expresó que había estado en el parque y por primera vez había notado diferente a La Viuda de Altamirano... Luego de algunos minutos en los que no apartó la pluma del papel (porque no podía dejar de escribir), su mano se detuvo de pronto y como si hubiese sido la proyección de una película de cine mudo, comenzó a recordar que años atrás ella y su familia estuvieron presentes en la boda de aquella mujer conocida como Verónica de Altamirano; quien al igual que Margarita estaba a punto de hacerlo, había tenido que casarse para cumplir con un compromiso pactado por sus padres.

Agustín Altamirano, (quien en vida fuera su esposo), había sido un hombre mucho mayor que ella. La conoció durante uno de los muchos viajes que realizó a la ciudad de Puebla, y se enamoró a primera vista de ella, después de algunos meses en que la cortejó -con el permiso de sus padres- se comprometió en matrimonio y la llevó a vivir a la misma ciudad que él y fue así como entró al mismo círculo social en el que se desenvolvía La Familia Alcaraz.


A pesar de que no era una mujer apática, Verónica nunca se hizo a la idea de vivir tan lejos de su familia y por lo mismo casi no "socializaba"; vivía dedicada por entero a su esposo y a su hija, hasta que Agustín murió...

Nadie supo bien a ciencia cierta: ¿Qué cosa había pasado?, en los obituarios y los rumores "oficiales" se decía que el fallecimiento de Agustín Altamirano fue por causas naturales, pero dada la fama de introversión de Verónica, corría también la "Leyenda Negra" de que había sido ella misma quien lo había asesinado para quedarse con su fortuna...

Nunca se comprobó nada, pero el rumor persistió con los años y muchas mujeres de sociedad, (entre ellas el selecto grupo de amigas de Doña Águeda); la señalaban y "cuchicheaban" a sus espaldas cuando la veían pasar, llamándola por el sobrenombre de "La Viuda Negra".

Margarita, por ser una mujer joven que pensaba distinto, nunca se dejó influenciar por esos comentarios y nunca participaba en los chismes o comentarios irónicos que se hacían en torno a ella.

Muy por el contrario, en cuanto escuchaba que se iban a empezar a hacer comentarios malintencionados a expensas de La Viuda; Margarita se levantaba de su lugar y se iba hacia otro lado; ya que estaba convencida de que era muy injusto el trato que la sociedad le daba a esa pobre mujer (cuyo único defecto era "no tener marido").

Margarita siempre se negó a creer la leyenda negra que se cernía sobre Verónica de Altamirano; pues ella recordaba que a pesar de que en su boda no lució precisamente como "La Novia Más Feliz del Mundo", algunos años después, Margarita recordaba haberla visto como una mujer que en la creciente devoción y atención a su familia, reflejaba el inmenso amor y respeto que había logrado sentir por su marido.

Ese último pensamiento la estremeció... ¿Le pasaría a ella lo mismo con Fernando?... Exhaló un soplo de aire, en un intento porque la gama de sentimientos encontrados que le producía pensar en su próximo matrimonio no se apoderaran de ella y la hicieran sentir triste.

Pero bueno... Ya habría tiempo de preocuparse por eso... Volvió a centrar sus pensamientos en Verónica y en que aquella tarde -tras haberla visto en el parque- algo en su interior le dijo que aquella mujer no era lo que parecía, ni como todos pensaban y tampoco supo ¿Por qué razón?, pero experimentó un gran deseo de conocerla y ser su amiga...

¿Conocerla?, ¿Pero cómo acercarse a ella? Si era una mujer que pocas veces se dejaba ver en público... Tras unos instantes con la pluma suspendida a escasos centímetros de la hoja y con la mente prácticamente con un solo cuestionamiento dándole vueltas: ¿Cómo hacer?,¿Cómo hacer?... De pronto una idea vino de golpe y su corazón se estremeció.

¡Sí!, eso haría... Volvería al parque cada tarde, y con el pretexto de realizar un dibujo más detallado de su hija, se acercaría a ella... Tal vez si se mostrara "desconfiada" ante su propuesta, llevaría su preciado cuaderno de dibujos y anotaciones para mostrárselo y compartir todo eso que hasta ahora había sido su más preciado secreto.

Se levantó de la silla sobresaltada, pues cayó en la cuenta de la velocidad con la que su mente comenzó a idearlo todo... No lo podía creer.... ¿Era verdad que estaba contemplando la idea de compartir con alguien desconocido lo que para ella era tan valioso y nadie nunca había visto?... Era una idea totalmente descabellada, pero algo le decía que debía hacerlo...

Tal vez corría el riesgo de que Verónica no sólo la rechazara, sino que además la tachara de "loca", pero era muy contradictorio porque algo en su interior le decía que esa no iba a ser su respuesta, sino todo lo contrario...

De verdad le emocionó la idea de poder llegar a ser su amiga, Margarita conocía a varias chicas de la misma edad que ella -e hijas de algunos de los amigos de sus padres- pero nunca había logrado solidificar un lazo de amistad sincero con ninguna, puesto que a diferencia de ella, todas eran "niñitas bobas" que lo único que tenían en la cabeza eran los vestidos y lujos, así como las "cualidades" que toda "señorita decente" debía aprender a cultivar para lograr atrapar un buen marido.

Todas las tardes, tres veces por semana, Margarita asistía a clases de bordado y manualidades muy cerca de la residencia de Verónica y del parque donde aquella misma tarde la encontró. A pesar de que odiaba esas clases, esta vez prácticamente consideró una bendición que su madre la hubiera seguido obligando a ir, pues gracias a eso, ahora tendría el pretexto y la coartada perfecta para poder llevar a cabo su plan... Sobre todo sin tener que darle cuentas de lo que pensaba hacer a su madre...

Las campanadas en punto de la hora y que provenían del reloj ubicado en la parte central de la sala, la hicieron volver a la realidad de súbito...

Se apresuró a guardar su cuaderno y todo lo que había extraído del cesto, para devolverlo de nuevo al armario. Luego, de pie sobre el ventanal que asomaba a la calle, comprobó que con una exactitud escrupulosa, el carruaje que traía a su madre de regreso estaba atravesando en ese momento el umbral del barandal exterior...

La sola idea de tener la posibilidad de elegir por ella misma alguien a quien brindarle su amistad, sin fijarse primero en sus apellidos o la cantidad en que valuaba su fortuna, la hizo sentir por primera vez y en mucho tiempo: emocionada y "libre"...

Margarita era una chica que a pesar de la época tan represiva en que le tocó vivir, confiaba mucho en lo que sentía y se dejaba guiar con frecuencia por las cosas que su corazón intuía... A pesar de su abolengo, educación y posición social, era una mujer sencilla que se emocionaba más con el valor inconmesurable de las cosas que no se podían comprar.

No sabía porque, pero algo le decía que ella y Verónica podían llegar a ser amigas... No quería quedarse con las ganas de averiguarlo... En los próximos días volvería al parque y se arriesgaría para intentar propiciar un encuentro...

La suerte estaba echada, pero tendría que esperar -al igual que todos nosotros- el amanecer de una nueva "madrugada" para en un espacio que ya no era perceptible a los sentidos, seguir escribiendo su propia historia...


Continuará...

Comentarios

Creo que mi día ayer fue tan raro que hasta no me di cuenta del post de mis compas, pero en fin...nunca es tarde para comentar.

La verdad que estas historias me fascinan, te lo digo de todo corazón, leo y leo y en mi cabeza siempre queda la misma idea digo...wow! cuanta imaginación tiene mi amiguis, y me da mucha emoción eso.

No sé porque pero la historia de Margarita se me hace parecida a una que yo viví hace dos años atrás, yo conozco bien eso de seguir un impulso y tener ganas de conocer a alguien y querer ser su amiga, si Margarita siente eso no se va a equivocar, Verónica seguro será la amiga perfecta y la cómplice que ella necesita, tal vez hasta pueda potenciar todo lo que tiene para contar a través de sus dibujos y escritos, también puede ayudarla a ver la vida de otra manera, y alguien que le hable de frente sin pensar en la sociedad y el que dirán.
Creo que otra vez me emocioné y ya estoy imaginando cosas en base a tu historia, pero de verdad que me fascinan tus fantasmas, es mas si se quieren aparecer una madrugada por mi casa los invito con un pote de dulce de leche, bueno las invito a Margarita y a Verónica porque las otras señoras no me caen bien, no me gustan las personas ni los fantasmas que viven de las apariencias y el que dirán.

Me declaro fan de estas historias, bueno como fan Nº 1 es lógico que me emocione con las cosas que publicas acá.
Sigo esperando las otras partes, ya me acomodé.

Te dejo un abrazototototote.
SERHUMANA dijo…
Se vuelve más y más interesante, intrigante, esta historia!!!!!!!!!

Verónica, que halo de misterio le ronda!!!!!!!!!!!

Margarita y Fernando, no tan distintos!!!!!!!!!! ¿no?
Si, al menos, él fuera el mismo al escribir esas cartas y dejará de guiarse un poquitito por lo que la sociedad dice.

Sigo aqui Martuchis!!!!!!!!! es cierto que esta historia, y sus personajes, tomaron vuelo e imaginación!!!!!!!!!!!
BESOS GRANDES!!!!!!!!!

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