Rosas En El Desierto

Aracely salió de casa mucho antes de que el sol llegara. Era necesario así todos los días, para poder llegar a tiempo a la primer clase en la preparatoria, en el plantel que le quedaba a poco más de una hora de camino.

Salió apresurada, pero aún estaba en tiempo. Llevaba sobre la espalda la mochila, y en el hombro izquierdo su bolso de mano; pues desde hacia poco más de un año y luego de sus clases, su rutina incluía un turno vespertino en una fábrica ensambladora de partes para auto, en un turno de las tres de la tarde hasta la medianoche... Era por esa razón que durante el día no había mucho tiempo para pensar.

La vida, sobre todo en los años recientes no había sido nada fácil para Aracely; pero no obstante eso, era justo en ese espacio de madrugada que ella aprovechaba para soñar despierta. Casi a diario, de camino a la zona centro, mientras sus pies la desplazaban a paso apresurado, su mente volaba a otro tiempo y espacio... A días indeterminados que no tenía ni la menor idea de cuándo llegarían, pero en los que algo si era seguro: ella tenía ya una carrera terminada y por ende, una mejor calidad de vida.

En esa mezcla de imágenes del presente y ese futuro imaginario que le gustaba pensar que con su esfuerzo día a día ya estaba construyendo, de pronto se asomaban también algunos recuerdos de hacía ya algunos pocos años. Casi siempre, cuando llegaba de madrugada ya a la zona del Centro Histórico, donde tomaría el siguiente transporte rumbo a la escuela, recordaba siempre a Esmeralda, su mejor amiga. Ambas, por vivir en la misma colonia, crecieron juntas, prácticamente habían sido como hermanas y se acompañaban una a la otra cada mañana rumbo a la escuela; hasta que un día cualquiera, de esos en que aparentemente nunca pasa nada, Esmeralda desapareció y nunca más nadie volvió a verla más que en las fotos impresas que hablaban de su desaparición y los intentos de su gente por localizarla.

Fueron días muy oscuros después de que pasó eso. Aracely recordaba que a pesar de la intensa búsqueda, nunca pudieron encontrarla; los padres de su amiga de ser unas personas amables, se volvieron desconfiadas y de alma marchita. Un año después de que las investigaciones y toda pesquisa se volvió en vano, la familia completa de Esmeralda se fue de la ciudad a su pueblo de origen y a la par de una casa abandonada y triste, la gente de ese barrio donde ellas crecieron, comenzó a vivir con miedo.

Una sensación extraña le oprimía el pecho a Aracely cada vez que pensaba en eso. Ella no quería ser como todo el mundo, y a la par de prometerse a si misma que le echaría todas las ganas a la escuela para salir adelante (tal como era el plan entre ella y su mejor amiga); trataba de sacarle la vuelta a la tristeza; pero sobre todo al miedo, y por eso, cada vez que atravesaba por la avenida principal, antes de llegar a la terminal del transporte; recordaba que infinidad de veces pasó por ahí con Esmeralda, para quien de cuando en cuando, su pasatiempo favorito era atravesarse corriendo de un extremo a otro de la acera, cuando el semáforo estaba en verde y los autos a una distancia más o menos considerable, mientras Aracely le gritaba desde el otro extremo: ¡Te atraviesas como burro!

No podía evitar sonreír cada vez que su mente le traía al presente esa memoria; pues aunque había pasado mucho tiempo ya, al pasar todos los días por ahí, casi creía verla todavía al otro lado de la calle botada de la risa y bailando en la esquina celebrando la audacia de haberle ganado al tráfico.

Pero fue precisamente la ausencia de vehículos lo que trajo a Aracely de vuelta a la realidad. Eran ya poco más de las seis y media de la mañana y mientras cruzaba la acera aún con el semáforo en verde, se percató de que tampoco había gente en las calles y hasta la terminal del transporte lucía desierta.

Lo primero que pensó fue que quizá había exagerado con la prisa y por eso llegó hasta ese punto demasiado temprano. Miró el reloj atado en su muñeca izquierda y confirmó que no era así. Al contrario, ya era tarde, por eso era todavía más extraño que ni en las aceras ni por la avenida hubiera el menor indicio de gente o vehículos dirigiéndose hacia alguna parte.

Desconcertada y aunque las manecillas del reloj indicaran que el tiempo seguía avanzando, ella se quedó sin saber que hacer por un momento. De pie, en la terminal del transporte público, se dio cuenta que su teléfono celular tampoco tenía señal alguna y no supo ya más que hacer... Lo único que se veía a lo lejos era el viento que arrastraba los resquicios de papeles y basura desperdigados en algunos rincones; y aunque ahora si ya era tarde, decidió esperar a que pasara algún autobús de pasajeros, pues era la única forma en que podría llegar a su destino.

No sabía porque, pero se sentía nerviosa e intranquila... Trato de serenarse y comenzó a buscar sus audífonos para escuchar un poco de música mientras esperaba de pie en esa acera. En eso estaba, cuando una sensación de textura afelpada le rozó a la altura de las pantorrillas, y al volver la mirada hacia ese punto, descubrió que un perro que para nada le resultaba extraño, se alejaba agitando de manera amigable su cola, después de haberse encontrado con ella.

Sin saber porque, Aracely lo siguió. El color del pelaje, tanto como la estatura del cachorro le resultaba bastante familiar; así que no dudó en ir tras sus pasos. A pesar de que las calles estaban aún oscuras y algunas parcialmente iluminadas, no le resultó difícil seguirle el rastro. Fue así, como después de atravesar varias cuadras y callejones solitarios, que llegó hasta donde comenzaban las vías del tren.

El perro se detuvo justo ahí, a unos cuantos metros de distancia, un poco como si quisiera cerciorarse de que Aracely lo seguía todavía. Fue en ese punto, donde ella se dio cuenta que se trataba de "El Duque", una mascota que fue parte de su familia, casi cuando había sido niña, y se perdió por esa época también.

Con la certeza absoluta de que se trataba de él, con mayor razón quiso seguirlo. El perro se adentró por ese paraje desierto, siguiendo el recorrido de las vías, y Aracely aceleró su paso en un intento por no perderlo y alcanzarlo.

La zona no le era desconocida, pues infinidad de veces pasó por un costado a bordo del transporte colectivo, pero le causó extrañeza ver que el perro llegó hasta un punto donde terminaban las vías y se abría paso un enorme desierto.

A pesar de la penumbra, el camino era visible. Al perro lo perdió de vista, pero tras a travesar por algunos matorrales desérticos y dunas no muy altas, descubrió recortada contra las luces lejanas de la ciudad, una silueta femenina que también le resultó bastante conocida.

A medida que se acercaba, quiso iluminar su camino con el reflejo de la pantalla de su celular, pero la luz era demasiado tenue; sin embargo los escasos metros que la separaban de esa persona -quien quiera que fuera- cada vez le acrecentaban una mezcla de sentimientos encontrados porque en el fondo de su alma algo le decía que aquella mujer era su amiga Esmeralda.

Estando a escasos segundos de comprobarlo, todo lo que veían sus ojos parecía confirmarlo. La misma estatura, el cabello suelto y oscuro  más abajo de los hombros... Lo único extraño era que llevaba puesto un vestido blanco que resplandecía aún más bajo el reflejo de la luna que a esa hora de la madrugada aún brillaba sobre un cielo despejado, con total intensidad.

Aracely le tocó el hombro, y justo cuando la llamó por su nombre despertó...

Sobresaltada y con una infinita tristeza en el alma, Aracely se descubrió a si misma, todavía muy cerca de casa, pues sin saber como ni en que momento, se había quedado dormida sentada sobre una enorme piedra, al costado del camino de terracería por el que todos los días a primera hora tenía que atravesar...

A toda prisa tomó de nuevo su mochila y la bolsa. Se colgó ambas y comenzó a caminar a toda prisa (porque ya era muy tarde), no sabía si era de noche o de día, pero a pesar de que avanzó en dirección del camino que ya conocía no veía por ningún lado algo de la zona que le resultara conocido; y por el contrario, sus pasos solamente la iban adentrando cada vez más a la misma zona desértica que había visto en su sueño...

Tal como si supiera lo que iba a encontrar, siguió de frente, pero esta vez, dunas adentro, encontró si a Esmeralda otra vez, de pie y a espaldas de ella, pero lo desconcertante fue que a diferencia de su sueño, ahora estaban también muchas otras mujeres de las más diversas edades, estaturas y complexiones, apostadas en distintos puntos de ese paraje desértico.

Aracely no quiso ni siquiera verlas... Empezó a correr, y aunque ninguna de ellas se movía o le dirigió palabra alguna, su mente y su cuerpo se concentró en intentar esquivarlas y salir de ahí lo más pronto posible.

Con el corazón latiendo muy de prisa y sintiéndolo casi en la garganta, no supo por cuanto tiempo estuvo corriendo, pero la velocidad en sus piernas y la adrenalina la llevaron hasta un punto donde una barda de metal bordeaba todo el terreno. Supo que se trataba de una especie de balla que a la par de cercar un terreno, en el extremo opuesto se utilizaba para colocar publicidad; y eso era lo menos importante, porque su alma dio un respiro de alivio al descubrir un par de orificios por los que se colaban haces de luz.

Aracely se asomó por el más grande de ellos y descubrió que era ya de día; y mientras pensaba en como encontrar un hueco que le permitiera cruzar hacia ese lado, de lo que nunca se percató fue que en el extremo opuesto de esa pared de metal, era su rostro el que estaba plasmado.
Aracely era una más de esas rosas que se quedaron para siempre atrapadas en el desierto. Hubo un día en que ella tampoco regresó ya a su casa, pero aún no lo sabía, y en apariencia estaba condenada a repetirlo todo, una y otra vez, hasta que un día se cansara y se quedara de pie junto a todas esas mujeres y niñas, al otro lado de la barda, en espera de que se haga JUSTICIA.
Es triste pensar que tal vez eso nunca suceda, que sea mucho más fáctible que el viento del desierto arrastre por las calles los miles de boletines y pesquisas de extravío de miles de mujeres y niñas, que tal vez tú y yo nunca conocimos, pero que nos duelen tanto o igual que una hermana, una amiga, una hija o sobrina.

Mientras las bardas y postes de la ciudad se llenan cada vez más de rostros que nadie más ha vuelto a ver de frente, el sentimiento de impotencia es colectivo y se extiende a lo largo y ancho del desierto, pero también por ríos, montañas y carreteras de otras fronteras, por las que tal vez no esté en nuestras manos evitar que las rosas con espinas se sigan expandiendo...

Justicia suele ser una palabra tan utópica como ambigua que en el presente puede no estar tampoco a nuestro alcance; pero mientras todas esas chicas como Aracely esperan a que se transforme en un verbo más que en un adjetivo, cada uno de nosotros, lo que si podemos hacer es un espacio en nuestros pensamientos y oraciones en cada inicio y final del día, para quizá ayudar así a que liberen sus espinas en la tierra y encuentren poco a poco el camino hacia la LUZ

Fotos (a excepción de la No. 3): Martha Mendoza

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