Migración desde la Tercera Persona del Singular (PARTE II)

Conocí a Ligia como suele conocerse a una gran mayoría de las personas en la época actual: Por internet.

Ambas éramos integrantes de un grupo de la famosa red social de color azul y aunque ella fue quien me empezó a hablar, a raíz de los comentarios en alguna publicación sobre un tema (que la verdad ni recuerdo bien), no fue difícil congeniar porque Ligia es de esas personas de sangre ligera que de inmediato te caen bien.

Al principio sólo nos saludábamos por Whatsapp de cuando en cuando, pero los fines de semana o cuando había un poco más de tiempo libre pláticabamos bastante por videollamada y así fue como empecé a conocerla cada vez más y a estrechar por ende una bonita amistad.

Ligia era originaria de Guatemala, de un pueblito muy bonito del que me enviaba siempre fotos. Su Madre había fallecido hacia ya algunos años atrás, y al ser hija única, se quedó a vivir con sus primos y tíos. Por parte de su papá tenía varios medios hermanos a los que de vez en cuando frecuentaba, pero al ser su mamá su columna más sólida, toda esa legión de familiares nunca compensaron esa gran pérdida que ella tuvo que afrontar siendo todavía adolescente.

El sueño más grande de Ligia era (como el de millones de personas de varios países de Centro y Sudamérica), viajar para cruzar la línea divisoria con México en busca de una mejor vida. Al ser yo alguien que justo vivía en la frontera, yo siempre le hacía saber que no era tan fácil cruzar, que el viaje por México podría ser incluso igual o peor de peligroso que atravesar la frontera, pero ella no desistía de esa idea que por un tiempo parecía un sueño de esos locos que a veces anhelas, pero no llegas a realizar.

Ligia trabajaba en su país. Para el punto cronológico del tiempo en que su camino y el mío se cruzaron de manera virtual, ella vivía ya junto a la familia de una prima que era como su hermana y mejor amiga y Ligia llevaba buen tiempo buscando trabajo en su país sin obtener un buen resultado.

Cuando finalmente consiguió, fue como ayudante de cocina de una especie de maquiladora, pero obviamente el sueldo no alcanzaba ni para vivir.

Algo que siempre admiré de ella fue que a pesar de las adversidades que tuvo que afrontar desde muy joven, quedándose prácticamente sola en el mundo, viendo por ella misma, fue su positivismo ante toda situación y su inquebrantable esperanza e infinita FE en Dios.

Por cuestión de trabajo a veces pasábamos algunos días sin hablar y en una de esas ocasiones en que se desapareció de las redes más de lo habitual, cuando por fin dio señales de vida, me contó que había intentado cruzar la frontera de Guatemala con México sin haberlo logrado.

Hasta ese entonces yo desconocía como era la custodia en esa frontera en particular. Era a inicios del gobierno de López Obrador y ya para entonces todos los días salía en las noticias que había caravanas de miles de personas que llegaban a México caminando desde sus lugares de origen, sorteando los peligros de la selva, para una vez estando en territorio Azteca, afrontar no sólo las condiciones climáticas y hostiles de muchos estados; sino también la inminente amenaza del crimen organizado (que se ha extendido como un cáncer por todo nuestro país y la corrupción de las autoridades migratorias).

Aún a pesar de saber eso Ligia no desistió de su idea. Cuando yo le pregunté acerca de como habían sido las condiciones de su viaje, ella me respondió que no era muy difícil, por ser su país de origen frontera con México, y para poder cruzar sólo se requería tomar un camión para llegar a un camino que estaba en teoría cercano a donde ella vivía, para desde ahí empezar una caminata hasta llegar al borde de la frontera.

Me dijo que no era para nada peligroso, pero el problema en esa ocasión fue que como cada vez más y más personas tomaban esa misma ruta, cuando ella lo intentó las autoridades de México no sólo le impidieron el paso, sino que la regresaron a su país.


Volvió a quedarse en Guatemala durante algunos meses, y yo le platicaba que en Ciudad Juárez se estaba llenando poco a poco de migrantes. Había algunos que llegaban prácticamente sin nada para acampar en el borde del Río Bravo, justo en la línea divisoria y que era peligroso porque era la época de antesala al invierno y ellos no estaban acostumbrados a los climas extremos de esta ciudad desértica. 

Ella me preguntaba mucho como era la vida en Estados Unidos (y yo siempre le respondía que aburrida, porque la gente era muy fría, y las casas, aunque fueron muy bonitas se veían siempre como si estuvieran solas), y que para mi el llamado país de las oportunidades sólo era un lugar atractivo para vacacionar e ir de compras. Ligia a su vez me hablaba de como era Guatemala (Lugar del que yo sólo tenía referencia debido al accidente de mis compañeros de la prepa del grupo de Danza Makahui); y era un poco contradictorio que al vivir ella en un lugar tan bonito, tan verde y paradisiaco, la falta de oportunidades le hiciera soñar con que el desierto y un río contaminado y sin agua serían para ella la puerta de acceso a su más grande sueño.

Cuando el fin de año se acercaba, Ligia me llamó un día y en una llamada express me comentó que iba a volver a intentar cruzar la frontera. Me pidió que rezara por ella y que si lo lograba se comunicaría conmigo en cuanto pudiera. Desde ahí no volví a saber de ella, y las noticias relacionadas con los abusos que se cometían a diario con las personas en situación de desplazamiento, sumando a la cantidad de personas que veía en la zona centro que no lograban ingresar a algún albergue o a la casa del Migrante por estar sobrepasados ya en cupo, eran detonantes para que yo tuviera ya en la cabeza una película de terror...

Continuará...

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