Remembranzas Fantasmagóricas (Parte XII).
Parecía que Fernando le sonreía en señal de saludo a cada una de las personas que pasaban a su lado, luego de que sus respectivos carruajes se detuvieran para dejarlos a la entrada del Edificio de la Aduana.
Sin embargo, la realidad era otra. Esa sonrisa honesta y franca que le iluminaba por completo, tenía muy poca razón para ser de cortesía; el motivo real que propiciaba que se le hubiera dibujado en el rostro era muy simple: Estando ahí, de pie ante la entrada principal de ese recinto, ataviado en un elegantísimo frac de color negro, (y siendo testigo indirecto de la cantidad de gente que desde temprano estaba ahí y todavía seguía llegando); comenzó a recordar todo cuanto sucedió apenas unas cuantas horas atrás.
La calle seguía repleta de gente, elegantes vehículos tirados por caballos, pasaban delante de él y no dejaban de circular en ambas direcciones.
Mientras él mismo esperaba a que se hiciera un poco más tarde y el reloj marcara el tiempo en que su prometida llegaría por fin; aparentemente entretenido por ese espectáculo de bullicio y ostentación callejera que eran el preámbulo para la cena de gala que tendría lugar esa noche; Fernando sonrió para si mismo, porque en realidad era que había empezado a recordar que sobre esa misma avenida –pero un poco más temprano- se percató de como una simple acción o comportamiento puede demostrar con exactitud, la esencia de lo que una persona es.
Fernando llegó a esa conclusión, debido a que esa misma tarde, cuando se dio el encuentro entre los dos mandatarios: Díaz y Taft; le pareció fascinante que en el marco de un evento tan importante y en el que sobre una misma calle, por unos instantes desaparecieron las barreras que delimitan las diferencias tan abismales que existen entre las distintas clases sociales; a Margarita, en lugar de llamarle la atención los detalles tan superficiales en los que el común de las mujeres de su clase centraban su atención, ella pasó la mayor parte del tiempo observando a la gente.
Para una señorita como ella, de verdad resultaba toda una experiencia el estar “conviviendo” con toda esa gente de origen humilde y que desde su niñez escuchó una y mil veces decir a su madre: “no eran igual a ella” y por lo tanto debía evitar estar cercana o hacer contacto a toda costa.
Para una señorita como ella, de verdad resultaba toda una experiencia el estar “conviviendo” con toda esa gente de origen humilde y que desde su niñez escuchó una y mil veces decir a su madre: “no eran igual a ella” y por lo tanto debía evitar estar cercana o hacer contacto a toda costa.
Para bien o para mal y a pesar de haber nacido en el seno de una familia acaudalada y de abolengo, Margarita por alguna extraña razón carecía de ese absurdo complejo de superioridad, quizá porque su misma manera de ser, y la sencillez, que era muy característica de ella (y que se vio reflejada como parte de su personalidad desde muy temprana edad), le permitió darse cuenta que ese estrato de la sociedad del que su madre tanto hacía alarde (y bajo el cual se desenvolvía la mayor parte de su familia), no era nada más que un mundo superficial en el que los peores defectos y complejos de las personas estaban disfrazados bajo un apellido rimbombante y una suma escandalosa de dinero.
Esa tarde, mientras la mayoría de la gente abarrotaba las calles para ver lo más de cerca posible a ambos presidentes reunidos en ese encuentro histórico, Margarita pudo convivir por primera vez de cerca con toda esa gente que su madre tanto menospreciaba; y fue ahí, en medio de todos ellos, que pudo darse cuenta de que tenía razón en haber pensado siempre de la misma manera: no existía diferencia alguna entre esa gente y las personas “honorables” de su clase, el único defecto -y que por ende representaba la barrera abismal que los separaba- era sólo esa: que la gente común del pueblo, había nacido en la más extrema pobreza.
En eso pensaba Margarita, cuando por un momento se quedó sola y de pie a la orilla de la acera, mientras Fernando y su padre (al igual que la familia de ella), se encontraban demasiado entretenidos saludando y conversando con algunas de sus selectas amistades, entre las cuales figuraban miembros del gabinete de El General Porfirio Díaz.
* Calle San Antonio, en El Paso, Tx. Adornada con banderas de los dos países previo a la reunión de ambos presidentes.
Ya en los días previos a esa reunión histórica que en apariencia representaba la solidificación de las relaciones diplomáticas entre ambos países, pero que en realidad no era otra cosa, más que un conveniente encuentro en el que tanto Díaz como Taft pretendían “negociar” sus propios intereses; en la ciudad se respiraba ya un ambiente de luces y oropel -que si bien era cierto- lograba deslumbrar a algunos, no podía ocultar tampoco el repudio y descontento que muchas personas de la clase trabajadora sentían ante el régimen dictatorial del presidente.
Toda esa fastuosidad se resumía a expresar que todas las personas que se encontraban ahí reunidas, estaban siendo testigos en ese momento de que a pesar de que llevaba más de 20 años ocupando la presidencia y todo parecía indicar que una vez más El General Díaz volvería a ser reelecto; todo aquello que era tan superficial y con lo que intentaba mostrar una falsa imagen de un país estable y en pleno desarrollo, representaba exactamente todo lo contrario… pues esos eran los últimos destellos del esplendor porfiriano.
Un escalofrío recorrió a Margarita de extremo a extremo de la espina dorsal, provocando que ella se estremeciera cuando esa idea cruzó por su cabeza. Ella no era tonta, y a pesar de que su familia pertenecía al grupo de seguidores que se habían beneficiado de los favores y privilegios que otorgaba El General Díaz a quienes lo apoyaban desde siempre; el estar al tanto de los periódicos, los comentarios de los amigos de su padre, así como las charlas sobre el tema con Fernando, le brindaron un criterio más amplio del que una mujer de su época tendría sobre el asunto.
Era muy curioso, porque a pesar de que en la atmósfera ella fue capaz de percibir eso, parecía que para el común de las personas, ese día en particular les había ofrecido una tregua en la que sólo por esa ocasión no importaba el apellido ni la cantidad de dinero que se llevaba en el bolsillo y lo único importante era disfrutar de la celebración originada por ese histórico suceso.
Era muy curioso, porque a pesar de que en la atmósfera ella fue capaz de percibir eso, parecía que para el común de las personas, ese día en particular les había ofrecido una tregua en la que sólo por esa ocasión no importaba el apellido ni la cantidad de dinero que se llevaba en el bolsillo y lo único importante era disfrutar de la celebración originada por ese histórico suceso.
La calle se volvió una fiesta, militares ocupaban la totalidad de la calle, desfilando con gallardía y suntuosidad tras el carruaje que llevaba a ambos presidentes y que hacía unos minutos había partido del punto donde las familias Alcaraz y de Iturrigaray arribaron.
Fernando y su familia seguían demasiado absortos en seguir las reglas de cortesía y buenas costumbres respecto a sus amistades, por lo que Margarita, para no aburrirse, decidió dejar de pensar en todo lo que aquella celebración implicaba, para concentrarse en disfrutar del momento presente.
Fernando y su familia seguían demasiado absortos en seguir las reglas de cortesía y buenas costumbres respecto a sus amistades, por lo que Margarita, para no aburrirse, decidió dejar de pensar en todo lo que aquella celebración implicaba, para concentrarse en disfrutar del momento presente.
Como cualquier otra ciudadana se acercó a la valla que delimitaba la banqueta de la Calle del Comercio, sobre la que carruajes y los grupos de militares avanzaban unos seguidos de otros en aquel alegórico desfile. Así fue como vio a los hermanos Alva, quienes con su cámara intentaban documentar hasta el más mínimo detalle de aquel encuentro:
* Así lucía el Federal Building en El Paso, Tx durante los preparativos para la entrevista Díaz-Taft.
La plaza principal remozada, rótulos en las calles por donde pasaría el desfile, mientras que para adornar los muros del centro se ordenó una remesa de fotos del presidente a una empresa de la ciudad de México, así como también se compraron 200 sombreros huicholes para los niños que participaron en el desfile que se realizaría posterior al encuentro.
Los comerciantes y vecinos de las calles aledañas al edificio donde se llevaría a cabo la reunión entre ambos mandatarios, fueron adornadas; pero quizá lo más “fastuoso” de todo, eran las impresionantes columnas que denominaron como “triunfales” y que sumados a las cientos de banderas de México y Estados Unidos, (desplegadas por ambos extremos de la acera), recrearon el ambiente perfecto de diplomacia y cordialidad.
Los comerciantes y vecinos de las calles aledañas al edificio donde se llevaría a cabo la reunión entre ambos mandatarios, fueron adornadas; pero quizá lo más “fastuoso” de todo, eran las impresionantes columnas que denominaron como “triunfales” y que sumados a las cientos de banderas de México y Estados Unidos, (desplegadas por ambos extremos de la acera), recrearon el ambiente perfecto de diplomacia y cordialidad.
* Calle del Comercio, hoy Av. 16 de Septiembre en plena Zona Centro.
Pasados unos minutos y cuando Margarita perdió el interés en el convoy presidencial que seguía su recorrido entre aplausos y vitoreos de la gente, al otro extremo de la acera algo captó su atención.
Era un niño pequeño, como de unos 4 ó 5 años… Por su apariencia y algunos periódicos que llevaba bajo el brazo se veía que era un “papelerito”; y la expresión de asombro que tenía dibujada en el rostro mientras observaba abstraido el desfile, fue algo que conmovió tanto a Margarita que no dudó en arrancar de uno de los postes un pedazo de volante propagandístico para en el reverso comenzar a bocetar su imagen con un pedazo de carboncillo diminuto que llevaba en el bolso… Algo de entrada inusual en una mujer de su clase, pero no en alguien como ella.
Era un niño pequeño, como de unos 4 ó 5 años… Por su apariencia y algunos periódicos que llevaba bajo el brazo se veía que era un “papelerito”; y la expresión de asombro que tenía dibujada en el rostro mientras observaba abstraido el desfile, fue algo que conmovió tanto a Margarita que no dudó en arrancar de uno de los postes un pedazo de volante propagandístico para en el reverso comenzar a bocetar su imagen con un pedazo de carboncillo diminuto que llevaba en el bolso… Algo de entrada inusual en una mujer de su clase, pero no en alguien como ella.
El niño apenas podía con su existencia, pues por la cantidad de ejemplares que llevaba todavía bajo el brazo, Margarita se dio cuenta de que por estar embelesado con el desfile, quizá perdió la oportunidad de vender sus periódicos y en consecuencia de obtener completo el ingreso del día.
Ella lo siguió bocetando de la mejor manera que pudo con lo que tenía a la mano, y en ese lapso un caballero de buen porte se acercó para comprarle al niño un periódico.
Una vez que la transacción fue hecha y al momento en que el hombre se alejó, “El Papelerito” (tras echarse las monedas al bolsillo de su pantalón raído), de modo inconsciente volteó hacia el otro lado de la calle y entonces descubrió que Margarita lo observaba.
Al verse descubierta, sorprendida no pudo hacer otra cosa más que sonreírle, y aunque el niño se tardó en corresponderle (porque primero la observó con cierto recelo con sus enormes ojos transparentes y vivaces); al parecer se sintió extraño de que una señorita tan elegante volteara a verlo con tanta dulzura y desconcertado huyó.
Margarita se sobresaltó, pues no podía perderlo de vista ahora. Comenzó a perseguirlo desde su lado de la calle y desde la orilla, a paso apresurado (a pesar del atuendo que llevaba), logró avanzar con rapidez para verlo ocultarse entre la gente, para luego salir por un costado del vestido de una señora elegante o después de haber estado oculto tras las piernas largas y los pantalones de algún caballero; mientras al mismo tiempo se asomaba en dirección hacia ella, como para comprobar si todavía iba tras de él.
Por la forma como surgía y se ocultaba, mostrando una pícara sonrisa cada vez que volteaba en dirección hacia ella; se dio cuenta que ese niño tenía toda la intención de jugar a “las escondidillas”.
La idea no le desagradó y también comenzó a divertirle, y así ambos avanzaron durante varias cuadras escondiéndose entre la gente y las columnas que adornaban la calle, para luego mostrarse visibles ante la presencia del otro.
Ella lo siguió bocetando de la mejor manera que pudo con lo que tenía a la mano, y en ese lapso un caballero de buen porte se acercó para comprarle al niño un periódico.
Una vez que la transacción fue hecha y al momento en que el hombre se alejó, “El Papelerito” (tras echarse las monedas al bolsillo de su pantalón raído), de modo inconsciente volteó hacia el otro lado de la calle y entonces descubrió que Margarita lo observaba.
Al verse descubierta, sorprendida no pudo hacer otra cosa más que sonreírle, y aunque el niño se tardó en corresponderle (porque primero la observó con cierto recelo con sus enormes ojos transparentes y vivaces); al parecer se sintió extraño de que una señorita tan elegante volteara a verlo con tanta dulzura y desconcertado huyó.
Margarita se sobresaltó, pues no podía perderlo de vista ahora. Comenzó a perseguirlo desde su lado de la calle y desde la orilla, a paso apresurado (a pesar del atuendo que llevaba), logró avanzar con rapidez para verlo ocultarse entre la gente, para luego salir por un costado del vestido de una señora elegante o después de haber estado oculto tras las piernas largas y los pantalones de algún caballero; mientras al mismo tiempo se asomaba en dirección hacia ella, como para comprobar si todavía iba tras de él.
Por la forma como surgía y se ocultaba, mostrando una pícara sonrisa cada vez que volteaba en dirección hacia ella; se dio cuenta que ese niño tenía toda la intención de jugar a “las escondidillas”.
La idea no le desagradó y también comenzó a divertirle, y así ambos avanzaron durante varias cuadras escondiéndose entre la gente y las columnas que adornaban la calle, para luego mostrarse visibles ante la presencia del otro.
Una vez que “El Papelerito” se dio cuenta de que por su culpa Margarita se había alejado demasiado, se compadeció de ella y como pudo, en medio del tumulto se cruzó la calle.
Aquella era una acción bastante peligrosa para un niño tan pequeño, tomando en cuenta la gran cantidad de personas y vehículos que en el marco de aquella celebración tenía lugar sobre La Calle del Comercio.
Preocupada, ella también se acercó lo más que pudo al borde de la banqueta y pensó que lo perdió de vista, pues por más que intentaba sobresalir y ver más allá de la gente que tapaba la orilla de la calle, colocándose sobre sus propias puntillas, no logró verlo al otro lado de la acera.
Le echó un vistazo al pedazo de hoja con la silueta inconclusa, pero que si se ponía a trabajar en eso estando en casa podría convertirse en una ilustración muy buena (ya con todas sus herramientas de dibujo); y entonces, el pensamiento de que “El Papelerito” quizá se había aburrido y finalmente no se atrevió a cruzar la calle, hizo que Margarita se diera por vencida en su búsqueda y se echara a andar en dirección contraria para emprender el camino de regreso hasta el punto donde se encontraba su familia y el juego comenzó.
No había avanzado ni media cuadra, cuando sintió que alguien le jalaba un extremo del vestido. Indignada y con toda la intención de mostrarle su enfado y darle un escarmiento al atrevido que tuvo la osadía de hacer semejante cosa, Margarita se giró, pero del enojo pasó al desconcierto, pues no vio a nadie hasta que bajó la vista y descubrió frente a ella al pequeño “Papelerito”, que con una sonrisa entre tímida y pícara a la vez, le sonreía aferrando con fuerza sus periódicos.
No le importó inclinarse para estar a la altura del niño, y entonces comprobó que de cerca su mirada era todavía más dulce e inocente de lo que le había parecido mientras lo dibujaba desde lejos.
Le acarició el rostro y le preguntó varias veces ¿Cuál era su nombre?, pero tuvo que acercar demasiado su oído, puesto que aunque en todas las ocasiones el niño respondió, la timidez en su voz hacía que su respuesta se perdiera entre el bullicio de la gente, antes de que ella pudiera saber que su nombre era Cipriano.
Margarita le mostró el dibujo, y el niño quedó asombrado; quiso regalárselo, pero él no lo aceptó, y aunque al principio ella no entendió, le sorprendió descubrir que la razón fue que siendo un niño tan pequeño tuviera ya tan claro el concepto de no aceptar nada si antes él no había pagado por ello.
Le extendió un ejemplar del periódico y le dio a entender que eso sería lo que él podría darle a cambio de aquel pedazo de papel en el que como por arte de magia, se encontraba impresa su imagen.
A Margarita le conmovió el detalle, aceptó el ejemplar, y conciente de la diferencia que en ese día marcó su presencia para la vida de ese niño, no dudó en tomar de nuevo el pedazo de papel con el dibujo, para luego desplegarlo apoyándose sobre sus propias rodillas, que de modo muy hábil y tras varios dobleces se transformó en una mariposa de papel.
Cuando la puso en sus manos, Cipriano asombrado le regaló la más dulce de las sonrisas en señal de agradecimiento y entonces ella ya no se pudo resistir a semejante muestra de ternura y sin dudarlo lo abrazó.
Una vez que estuvieron separados, (pero todavía muy cerca), porque Margarita tenía todavía sus manos apoyadas sobre los pequeños hombros de Cipriano, la cercanía permitió que él descubriera un pequeño prendedor en forma de Mariposa que ella llevaba como accesorio adicional en su vestido.
Cipriano lo señaló y luego miró la mariposa de papel que aún tenía entre las manos. Margarita le hizo saber entonces lo inteligente que era al haberse dado cuenta de que su prendedor y la figura de papel tenían la misma forma, y aunque ese había sido un objeto especial para ella por tratarse de un regalo que su abuela le hizo cuando era niña, no dudó en desabrocharlo para regalárselo; pues sabía que para un niño tan humilde, esa curiosa figurita sería algo mágico y especial.
Desde el otro lado de la acera Fernando presenció todo. Una vez que se pudo “zafar” de los saludos de compromiso y que se dio cuenta que ella no estaba en el punto donde la había dejado empezó a recorrer la calle buscándola, y logró dar con ella justo en el instante en que Margarita puso el prendedor en manos del Papelerito y después de que él le dio un beso en señal de agradecimiento –y al mismo tiempo de despedida- salió corriendo para desaparecerse ahora si entre la gente.
Fernando iba a acercarse, pero una vez que la vio de nuevo de pie, decidió mejor esperar un momento, pues por la forma en como Margarita veía la mariposa de papel que Cipriano dejó (en apariencia olvidada); también entendió al igual que ella, que una vez más había sido un acuerdo justo… La mariposa de papel con su imagen, a cambio del prendedor que ya no le pertenecía más.
Era increíble como a través de algo tan simple podrían verse reflejados tantos sentimientos… Eso era exactamente lo que Fernando pensaba, mientras a esa hora de la noche contemplaba el punto al otro lado de la calle, en el que horas antes eso sucedió: justo en contraesquina del edificio de la aduana.
Aquella era una acción bastante peligrosa para un niño tan pequeño, tomando en cuenta la gran cantidad de personas y vehículos que en el marco de aquella celebración tenía lugar sobre La Calle del Comercio.
Preocupada, ella también se acercó lo más que pudo al borde de la banqueta y pensó que lo perdió de vista, pues por más que intentaba sobresalir y ver más allá de la gente que tapaba la orilla de la calle, colocándose sobre sus propias puntillas, no logró verlo al otro lado de la acera.
Le echó un vistazo al pedazo de hoja con la silueta inconclusa, pero que si se ponía a trabajar en eso estando en casa podría convertirse en una ilustración muy buena (ya con todas sus herramientas de dibujo); y entonces, el pensamiento de que “El Papelerito” quizá se había aburrido y finalmente no se atrevió a cruzar la calle, hizo que Margarita se diera por vencida en su búsqueda y se echara a andar en dirección contraria para emprender el camino de regreso hasta el punto donde se encontraba su familia y el juego comenzó.
No había avanzado ni media cuadra, cuando sintió que alguien le jalaba un extremo del vestido. Indignada y con toda la intención de mostrarle su enfado y darle un escarmiento al atrevido que tuvo la osadía de hacer semejante cosa, Margarita se giró, pero del enojo pasó al desconcierto, pues no vio a nadie hasta que bajó la vista y descubrió frente a ella al pequeño “Papelerito”, que con una sonrisa entre tímida y pícara a la vez, le sonreía aferrando con fuerza sus periódicos.
No le importó inclinarse para estar a la altura del niño, y entonces comprobó que de cerca su mirada era todavía más dulce e inocente de lo que le había parecido mientras lo dibujaba desde lejos.
Le acarició el rostro y le preguntó varias veces ¿Cuál era su nombre?, pero tuvo que acercar demasiado su oído, puesto que aunque en todas las ocasiones el niño respondió, la timidez en su voz hacía que su respuesta se perdiera entre el bullicio de la gente, antes de que ella pudiera saber que su nombre era Cipriano.
Margarita le mostró el dibujo, y el niño quedó asombrado; quiso regalárselo, pero él no lo aceptó, y aunque al principio ella no entendió, le sorprendió descubrir que la razón fue que siendo un niño tan pequeño tuviera ya tan claro el concepto de no aceptar nada si antes él no había pagado por ello.
Le extendió un ejemplar del periódico y le dio a entender que eso sería lo que él podría darle a cambio de aquel pedazo de papel en el que como por arte de magia, se encontraba impresa su imagen.
A Margarita le conmovió el detalle, aceptó el ejemplar, y conciente de la diferencia que en ese día marcó su presencia para la vida de ese niño, no dudó en tomar de nuevo el pedazo de papel con el dibujo, para luego desplegarlo apoyándose sobre sus propias rodillas, que de modo muy hábil y tras varios dobleces se transformó en una mariposa de papel.
Cuando la puso en sus manos, Cipriano asombrado le regaló la más dulce de las sonrisas en señal de agradecimiento y entonces ella ya no se pudo resistir a semejante muestra de ternura y sin dudarlo lo abrazó.
Una vez que estuvieron separados, (pero todavía muy cerca), porque Margarita tenía todavía sus manos apoyadas sobre los pequeños hombros de Cipriano, la cercanía permitió que él descubriera un pequeño prendedor en forma de Mariposa que ella llevaba como accesorio adicional en su vestido.
Cipriano lo señaló y luego miró la mariposa de papel que aún tenía entre las manos. Margarita le hizo saber entonces lo inteligente que era al haberse dado cuenta de que su prendedor y la figura de papel tenían la misma forma, y aunque ese había sido un objeto especial para ella por tratarse de un regalo que su abuela le hizo cuando era niña, no dudó en desabrocharlo para regalárselo; pues sabía que para un niño tan humilde, esa curiosa figurita sería algo mágico y especial.
Desde el otro lado de la acera Fernando presenció todo. Una vez que se pudo “zafar” de los saludos de compromiso y que se dio cuenta que ella no estaba en el punto donde la había dejado empezó a recorrer la calle buscándola, y logró dar con ella justo en el instante en que Margarita puso el prendedor en manos del Papelerito y después de que él le dio un beso en señal de agradecimiento –y al mismo tiempo de despedida- salió corriendo para desaparecerse ahora si entre la gente.
Fernando iba a acercarse, pero una vez que la vio de nuevo de pie, decidió mejor esperar un momento, pues por la forma en como Margarita veía la mariposa de papel que Cipriano dejó (en apariencia olvidada); también entendió al igual que ella, que una vez más había sido un acuerdo justo… La mariposa de papel con su imagen, a cambio del prendedor que ya no le pertenecía más.
Era increíble como a través de algo tan simple podrían verse reflejados tantos sentimientos… Eso era exactamente lo que Fernando pensaba, mientras a esa hora de la noche contemplaba el punto al otro lado de la calle, en el que horas antes eso sucedió: justo en contraesquina del edificio de la aduana.
* Calle del Comercio iluminada previo a la gala de la vista presidencial.
Eran ya las 9 de la noche y La Calle del Comercio lucía iluminada de una manera insólita.
La voz de un hombre que lo llamaba mientras agitaba su mano desde la ventana de un carruaje en movimiento y que un instante después se detuvo frente a la entrada principal de ese edificio, hizo que Fernando lograra salir de sus pensamientos tan profundos; para darse cuenta de que el coche de su padre, seguido por el que transportaba a la familia de su prometida llegaron por fin, para ser parte del selecto grupo de invitados al banquete de recepción que el General Díaz ofreció esa noche en honor del presidente Taft.
Justo en el momento en que los caballeros de ambas familias auxiliaban a las mujeres para bajar de los coches tirados por caballos, arribaron también ambos presidentes.
* Entrada principal del Edificio de la Aduana.
Como era de esperarse, todos los invitados que coincidieron en ese punto prolongaron de forma intencional y más de lo debido, su estancia entre el umbral de la calle y la puerta principal que daba acceso al recinto. Todo, con la intención de no perder la oportunidad de saludar en forma personal a aquellos dos hombres protagonistas, en torno a quienes giraba esa noche.
Para Margarita y Fernando todo aquello parecía irrelevante, pues desde el instante mismo en que ella bajara del carruaje, ella lo dejó impresionado con la sencillez que la hacía lucir radiante y todavía mucho más hermosa de lo que ya era, al haber elegido un vestido tan bonito y tan de buen gusto para esa noche tan especial.
La impresión que causó no fue perceptible sólo para Fernando, bajo ese ambiente en el que la apariencia era una de las cualidades más importantes, la imagen de una mujer joven y hermosa era algo que no podía pasar desapercibido, ni siquiera para el presidente de la república, que tras saludar con gran afecto y cordialidad al Dr. Gustavo de Iturrigaray, luego se dirigió a su hijo, quien como todo un caballero hizo las presentaciones pertinentes de El General Díaz con la familia de su prometida.
Cordial y afable, con su hablar lento, El General expresó su agradecimiento por que ambas familias atendieron a su invitación para esa gala.
Se desvivió en expresiones de gratitud para el padre de Margarita, así como en falsos halagos (como los que sabía muy bien) eran del total agrado de las señoras de buena familia como Doña Águeda.
Luego, al llegar el turno de saludar a Margarita, impactado por su belleza, con toda la galantería que todavía era capaz de expresar a sus años, se acercó y educadamente le besó la mano…
-General Porfirio Díaz a sus pies señorita.-
-Es un placer conocerlo General-
-El placer es todo mío señorita, y si yo fuera 40 años más joven me atrevería a pedirle que en cualquier momento de esta noche me concediera una pieza.
-Y yo con gusto lo haría General, pero solamente si usted no fuera casado y el respeto que le debo a mi prometido me lo permitieran-
Sorprendido no sólo por la falta de costumbre de recibir por parte de una mujer una respuesta, sino por haber descubierto que además era inteligente; El General Díaz estalló en una sonora carcajada que fue seguida por el resto de las personas que en un principio no supieron si tomar aquello como una broma inocente.
El General Díaz quedó fascinado con la sinceridad de aquella joven dama y todavía festejando la rapidez de su respuesta, antes de despedirse para ya entrar por fin al recinto, se acercó a Fernando, para darle un fuerte abrazo.
-¡Te felicito muchacho!, has hecho una magnifica elección. Esta señorita será sin duda una excelente esposa y compañera… Créeme que tienes suerte, pues si no fuera porque sé que ambas familias acordaron tu compromiso desde hace tiempo, yo mismo habría pedido la mano de esta bella joven para mi único hijo varón.-
Ese último comentario que El General simuló haber expresado tan sólo para Fernando, fue festejado por todos (porque sabían que era una broma), y propició que todos entraran por fin con una sonrisa a la fiesta.
Aprovechándose de que tal incidente disipó un poco la solemnidad del ambiente; entre el tumulto de acceso, Margarita buscó quedarse intencionalmente rezagada para poder estar aunque fuera un instante a solas con Fernando.
Él de por si ya estaba demasiado nervioso, pero sus emociones llegaron al límite cuando tras avanzar unos cuantos metros con Margarita tomada de su brazo -y un instante antes de que cruzaran por fin por la puerta principal- mientras las familias de ambos se encontraban, en espera de la confirmación de sus nombres en la lista de invitados, ella aprovechó semejante distracción para dejar de reprimir las ganas que tenía de darle un beso a Fernando.
A pesar de que fue tan sólo en la mejilla, el simple hecho de una cercanía más directa los estremeció a los dos.
Interior de El Museo de la Ex-Aduana en la actualidad.
Una vez adentro del recinto, se observaba que cada detalle había sido meticulosamente planeado con el objetivo de que la noche fuera perfecta: *las mesas estaban revestidas con una valiosísima vajilla, mientras que la cristalería y los cubiertos de oro habían sido traídos especialmente para la ocasión y formaban parte de los objetos que alguna vez pertenecieron al Emperador Maximiliano y su esposa Carlota; pues sólo semejantes utensilios eran dignos de ser utilizados durante la cena que El Chef Monsieur Sylvian Damount (cocinero del Rey Alfonso XII de España), tenía preparada para deleitar a todos los invitados a tan importante celebración.
Las noches de gala y las fiestas son encuentros para compartir uno de los mejores estados de ánimo del ser humano: la exaltación colectiva de la alegría y el ambiente dentro de aquel recinto no era la excepción.
Margarita y Fernando pasaron la mayor parte del tiempo juntos, y hasta se divirtieron de lo lindo, porque en los lapsos de tiempo en que decidieron formar parte de las parejas que bailaban en la parte central del salón, Margarita, aprovechando la cercanía le contaba a Fernando sobre las diversas interpretaciones que tenía el lenguaje corporal de una damisela.
Fernando estaba sorprendido y al mismo tiempo le parecía muy gracioso todo eso, pues en esa noche Margarita le había revelado una especie de “submundo” que dado la poca sensibilidad y capacidad de observación que él tenía como miembro del género masculino, nunca fue capaz de intuir o mucho menos conocer.
Fue así como aprendió mientras bailaban y a través de su prometida que el código de señas era un lenguaje muy representativo a finales del siglo XVIII, pues Margarita le explicó, mientras observaban a varias de las damiselas que se encontraban en esa noche en distintos lugares, lo que su lenguaje corporal significaba.
Por ejemplo: Si una dama que quería que un caballero notara que ella era apasionada, dejaba caer un pañuelo arrugado. Si quería demostrar decoro, soltaba el pañuelo en caída libre, mientras que el abanico apoyado en los labios significaba: “No me lo creo”, quitarse el cabello de la frente era similar a decir: “No me olvides” y abanicarse con la mano izquierda denotaba celos, algo así como casi, casi decir: “No hables con esa coqueta”.
Al otro lado del salón y muy cerca de la entrada principal, con algunos minutos de retraso apareció Verónica, quien también capto las miradas de quienes la vieron arribar, no sólo por el hecho de que era algo inusual que alguien como ella asistiera a un evento como ese, sino porque lucía radiantemente hermosa con el vestido morado oscuro que portaba en esa noche.
Como era una ocasión especial, y dada su condición de viuda, Verónica siguió el protocolo que la sociedad marcaba al permitir que las mujeres como ella dejaran de lado el color negro en la ropa, para usar otro en una tonalidad como el que ella eligió para esa gala.
Como el lugar estaba ya abarrotado, Verónica avanzó lentamente en busca de la mesa que para ella estaba reservada, pero la cantidad de gente era tal, que antes de pensar en buscar ayuda de uno de los meseros, se sintió un poco acalorada y decidió dirigirse primero hacia el área del edificio donde los meseros pasaban a resurtir las charolas con bocadillos y copas.
Cuando llegó ahí, no le fue difícil conseguir una copa, y mientras la bebía, intentando disfrutar al máximo del efecto refrescante de la bebida, observó a lo lejos la silueta de un hombre que le pareció conocido y esperaba junto a la barra a que le fueran llenadas un par de copas.
En el momento en que lo vio, él se encontraba de espaldas; pero luego se volvió de costado para saludar a alguien que lo palmeó en la espalda, y una vez que hizo esto, Verónica pudo verle el rostro a lo lejos y su corazón se sobresaltó…
¿Sería él?... “No, no… No es él, ¡no puede ser!”… Se dijo a sí misma.. No era posible después de tanto tiempo... Cerró los ojos por un instante, en un intento por despejar su mente y convencida de que era una visión provocada por el efecto de haber tomado tan rápido, dejó de lado la copa de cristal.
Sin embargo, aquella visión era real… De verdad era él… El hombre que pensaba y por el que sufrió tanto en una etapa que prácticamente nadie conocía de su vida. Si el sólo hecho de verlo a lo lejos la inquietó por completo, sintió que casi desfallecía en el momento en que una vez que se despidió de la persona con la cual estaba hablando, lo vio tomar el par de copas de la barra y ahora se dirigía en dirección hacia donde estaba ella.
Supo que él no la vio, por la concentración que llevaba en que el contenido de las copas de cristal no se derramara al pasar entre la gente. Verónica aprovechó eso y logró ocultarse detrás de un grupo de personas, cuando pasó justo por ahí. Se recargó sobre la pared, y apoyó ambas manos sobre el muro, pues de pronto sintió que le faltaba todavía más el aire y de todas las personas que estaban ahí reunidas, sólo un señor, de edad avanzada se percató de eso e intentó auxiliarla.
Verónica le dijo que estaba bien, que era solamente que de pronto se había sentido “demasiado sofocada”, y antes de que pudiera hacerle más preguntas o quizá ofrecerse para acompañarla para que se sentara un momento, fingió que se había recuperado ya, pero en realidad era todo lo contrario… Sentía que se asfixiaba y tenía que salir a como diera lugar y en ese instante de ahí.
Ya no le importó nada, tenía intención de hablar con el secretario de El General Díaz con la intención de que él la ayudara a encontrar el contacto ideal para comenzar a comercializar sus alebrijes en toda la república y además conocer por fin al prometido de Margarita, su mejor amiga.
Cuando logró salir por fin del Edificio de la Aduana, con el corazón acelerado todavía, pensó en que a primera hora del día siguiente enviaría una carta para disculparse con ella y decirle que tenía algo muy importante para compartirle… Era la única persona con quien podía hablar de eso y de la forma como se sentía después de que el destino la enfrentó de golpe en esa noche con un pasado que ya creía haber superado…
Era increíble como el encuentro con una persona puede ser capaz de remover tantas cosas… Mientras avanzaba sin reparar si quiera hacia donde se dirigía, comenzó a revivirlo todo, y los recuerdos hicieron que la tristeza la ensombreciera por dentro.
Caminando llegó hasta la plaza contigua a La Misión, pequeña iglesia que cimentaran los frailes franciscanos en la época de la fundación de la ciudad y en la que por si las emociones que apenas unos instantes atrás hubieran sido pocas; bajo ese escenario todavía le aguardaba todavía otra sorpresa.
En ese lugar se encontraban también Margarita y Fernando, para quienes la fiesta se había convertido en un espacio invadido por demasiada superficialidad y ambos habían decidido también (minutos antes), salir a caminar.
En el momento en que Verónica llegó, ellos estaban al pie de una de las bancas, inmersos por completo en la magia que envuelve a las personas que besan por primera vez a la persona que aman.
Hacía cuestión de unos segundos apenas, Fernando le había pedido a Margarita que fuera su novia (algo muy simbólico para ellos, tomando en cuenta que su unión había sido pactada por sus padres y no por ellos).
Ahora si, eran una pareja unida por la autenticidad de los sentimientos de ambos y no por los intereses de dos familias; pero lo que para ellos en ese instante representaba el reconocimiento de un sentimiento puro y genuino, para Verónica era como una burla del destino porque el hombre que unos instantes la había alterado por completo era nada menos que Fernando.
Con la vista totalmente empañada por las lágrimas, Verónica se alejó de ahí corriendo y aparentemente logró pasar desapercibida, pues había presenciado todo desde el otro lado de la acera, antes de cruzar hacia el lado de la plaza…
Fernando y Margarita jamás se dieron cuenta de eso, ni tampoco de que Verónica no era el único testigo en los alrededores de aquel lugar.
En la esquina contraria, y durante todo el tiempo también había permanecido Anselmo… Quien en complicidad con la oscuridad de la noche, había logrado ocultarse y pasar desapercibido.
Ya no le importó nada, tenía intención de hablar con el secretario de El General Díaz con la intención de que él la ayudara a encontrar el contacto ideal para comenzar a comercializar sus alebrijes en toda la república y además conocer por fin al prometido de Margarita, su mejor amiga.
Cuando logró salir por fin del Edificio de la Aduana, con el corazón acelerado todavía, pensó en que a primera hora del día siguiente enviaría una carta para disculparse con ella y decirle que tenía algo muy importante para compartirle… Era la única persona con quien podía hablar de eso y de la forma como se sentía después de que el destino la enfrentó de golpe en esa noche con un pasado que ya creía haber superado…
Era increíble como el encuentro con una persona puede ser capaz de remover tantas cosas… Mientras avanzaba sin reparar si quiera hacia donde se dirigía, comenzó a revivirlo todo, y los recuerdos hicieron que la tristeza la ensombreciera por dentro.
Caminando llegó hasta la plaza contigua a La Misión, pequeña iglesia que cimentaran los frailes franciscanos en la época de la fundación de la ciudad y en la que por si las emociones que apenas unos instantes atrás hubieran sido pocas; bajo ese escenario todavía le aguardaba todavía otra sorpresa.
En ese lugar se encontraban también Margarita y Fernando, para quienes la fiesta se había convertido en un espacio invadido por demasiada superficialidad y ambos habían decidido también (minutos antes), salir a caminar.
En el momento en que Verónica llegó, ellos estaban al pie de una de las bancas, inmersos por completo en la magia que envuelve a las personas que besan por primera vez a la persona que aman.
Hacía cuestión de unos segundos apenas, Fernando le había pedido a Margarita que fuera su novia (algo muy simbólico para ellos, tomando en cuenta que su unión había sido pactada por sus padres y no por ellos).
Ahora si, eran una pareja unida por la autenticidad de los sentimientos de ambos y no por los intereses de dos familias; pero lo que para ellos en ese instante representaba el reconocimiento de un sentimiento puro y genuino, para Verónica era como una burla del destino porque el hombre que unos instantes la había alterado por completo era nada menos que Fernando.
Con la vista totalmente empañada por las lágrimas, Verónica se alejó de ahí corriendo y aparentemente logró pasar desapercibida, pues había presenciado todo desde el otro lado de la acera, antes de cruzar hacia el lado de la plaza…
Fernando y Margarita jamás se dieron cuenta de eso, ni tampoco de que Verónica no era el único testigo en los alrededores de aquel lugar.
En la esquina contraria, y durante todo el tiempo también había permanecido Anselmo… Quien en complicidad con la oscuridad de la noche, había logrado ocultarse y pasar desapercibido.
Enfurecido fumaba, con la intención de no dejarse dominar por sus sentimientos, pues ahora tenía una razón más para odiar a Fernando.
Aspiró la última bocanada de humo, y mientras arrojaba la colilla del cigarro para apagarla, pisándola contra el suelo, una sonrisa burlona se dibujó en su rostro y en medio de aquella oscuridad. Le parecía muy gracioso, pero al mismo tiempo “afortunado” de de que esa noche, le hubiera otorgado una oportunidad que no estaría dispuesto a desperdiciar.
Al haber presenciado Anselmo la reacción de Verónica, no le fue difícil “suponer” que su reacción era la de una mujer invadida por el despecho…
No tenía idea de que papel jugaba en su vida, ni tampoco los detalles del pasado que los involucraba a ambos, pero la sola idea de tener la posibilidad de demostrar que el noble, honorable y brillante doctor Fernando de Iturrigaray no era como todos pensaban, lo hizo disfrutar enormemente…
Y si eso de paso ayudaba a separarlo de Margarita, sería mucho mejor…
Anselmo estaba dispuesto a jugar sucio y colocarse –si era preciso- los ases bajo la manga… Pero para ello, tendría que planear muy bien su estrategia y averiguar muy bien lo que existía detrás de todo eso…
* Crédito de datos y Fotos:
"La Mirada Desenterrada", Juárez y El Paso vistos por el cine (1896-1916)"
Maribel Limongi - Willivaldo Delgadillo
Ed. Cuadro por Cuadro.
Aspiró la última bocanada de humo, y mientras arrojaba la colilla del cigarro para apagarla, pisándola contra el suelo, una sonrisa burlona se dibujó en su rostro y en medio de aquella oscuridad. Le parecía muy gracioso, pero al mismo tiempo “afortunado” de de que esa noche, le hubiera otorgado una oportunidad que no estaría dispuesto a desperdiciar.
Al haber presenciado Anselmo la reacción de Verónica, no le fue difícil “suponer” que su reacción era la de una mujer invadida por el despecho…
No tenía idea de que papel jugaba en su vida, ni tampoco los detalles del pasado que los involucraba a ambos, pero la sola idea de tener la posibilidad de demostrar que el noble, honorable y brillante doctor Fernando de Iturrigaray no era como todos pensaban, lo hizo disfrutar enormemente…
Y si eso de paso ayudaba a separarlo de Margarita, sería mucho mejor…
Anselmo estaba dispuesto a jugar sucio y colocarse –si era preciso- los ases bajo la manga… Pero para ello, tendría que planear muy bien su estrategia y averiguar muy bien lo que existía detrás de todo eso…
Continuará...
* Crédito de datos y Fotos:
"La Mirada Desenterrada", Juárez y El Paso vistos por el cine (1896-1916)"
Maribel Limongi - Willivaldo Delgadillo
Ed. Cuadro por Cuadro.
Comentarios
La verdad que ya esperaba un capítulo más de estas remebranzas, y confieso que nunca pensé el giro que iba a tomar, pero me gusta, esta muy interesante, además estás empezando a jugar con los personajes, y esto hace más interesante aún la historia, le da como un tono drámatico que perfectamente puede terminal mal, no sé,con eso de que me gustan los finales tristes ya me estoy imaginando uno para tu novela.
Ah! me encantó el encuentro de Margarita con el niño, me pareció muy tierno, y tu forma de contarlo también, no todos pueden lograr que uno se imagine la escena a través de las palabras, y eso vos lo conseguís.
Te quiero pedir que no tardes tanto con la siguiente parte, es que ahora me dio mas curiosidad todavía porque no imagino lo que va a pasar.
Te doy las gracias como lectora y fan, por el trabajo que te tomas para cada post, y más todavía para estas remebranzas,eso no se encuentra en otros blogs.
Te mando un super abrazo!
Gracias por tu comentario y respecto a el tiempo que tardé en publicar fue debido a que tuve que buscar más información (sobre todo relacionada con lo que pasó exactamente el día en que se reunieron ambos presidentes) y también porque tú sabes que últimamente me come el tiempo.
Te confieso algo... Ayer, cuando terminé en la madrugada de escribir este capítulo de "La Historia de Los Fantasmas" (como nosotras dos le decíamos), me cuestioné si tiene sentido que siga escribiendo e invirtiendo tanto tiempo en esta historia y llegué a la conclusión de que independiemtemente de si alguien más la lee, aparte de nosotras dos, los personajes creo que ya se salieron del esquema del que originalmente los imaginé y les debo los capítulos que sean necesarios, porque están situados en una época que no fue sólo importante para la historia de México; a pesar de que la mayoría de ellos sean ficticios, el entorno y todo lo que envolvió el inicio de un siglo y el final de otro, bien vale la pena el esfuerzo y a mi me sirve mucho todo esto porque escribir es a veces la única manera de desprenderme por un momento de lo que soy, para adentrarme a un mundo que a mi me parece fascinante (tu sabes lo que me gusta la historia).
Prometo publicar la siguiente parte lo más rápido posible y al contrario, gracias a ti por leer estos capítulos kilométricos en los que intento compartir algo diferente sobre Cd. Juárez y que no tiene nada que ver con la mala fama que tenemos hoy.
Cd. Juárez es mi casa, es el lugar donde nací y donde toda mi vida he vivido y seguramente aquí voy a morir también.
Gracias por el abrazo (se necesita mucho en estos días) y gracias por pasar también siempre por aquí).
P.D. Más que fan, yo prefiero que sigas siendo mi amiga, esa chava súper especial que conocí hace dos años atrás y que siempre, siempre me va a hacer falta.
Yo también sigo la historia desde el principio y ahora está más interesante que nunca! No la dejes a medias por Dios!
A mí me fascina la historia de amor entre Margarita y Fernando... o quizás me fascine más lo que vivieron Verónica y Fernando... no sé :)
Seguro que detrás de cada capítulo hay un trabajo de investigación brutal para que todo sea lo más veraz posible, y es de agradecer que pases esa cantidad de tiempo documentándote para después plasmarlo en cada capítulo. Ánimo y no nos dejes ahora con la intriga que me muero!! jeejejej
Un besote gordoo!!
Muchísimas gracias por tu comentario, no sabes lo importante que es para mi saber si les gusta o no esta historia.
Entre Verónica y Fernando hay una historia, pero no puede etiquetarse porque ambos fueron víctimas de las circunstancias y esa tristeza que a Verónica le produjo ese reencuentro después de tantos años tiene una justificación muy poderosa y que va más allá de lo que parece... Ya lo sabrás más adelante al igual que los que lean esta historia que cada vez me da para más.
Muchas gracias por pasar siempre por aquí también.