2 de Noviembre: El Día en que se permite regresar...
Julián regresó después de mucho tiempo a su casa, había perdido la noción de cuánto tiempo pasó desde la última vez que estuvo ahí, cuando sin más ni más, -y sin que él lo decidiera- tuvo que irse de repente.
A pesar de que volvía a su casa, con su familia, se sentía extraño... Ese era el pensamiento que rondaba por su cabeza cuando al dar las 4 de la madrugada, él ya estaba casi listo y se miraba al espejo mientras se colocaba su mejor saco de pana (aquel que sólo usaba en las ocasiones especiales).
Después de revisar que tanto el cuello de su camisa, como sus cabellos estuvieran en perfecto orden, salió a la calle, y si no fuera por el camino iluminado que le indicó la dirección que debía seguir, tal vez se hubiera perdido, pues la madrugada, pero sobre todo la oscuridad era demasiado densa...
A Julián no le gustaba para nada la oscuridad, ¡vaya!, ni siquiera le gustaba comer solo; por esa razón, el lugar donde vivía ahora le parecía muy agradable, pues ahí había logrado hacer buenos amigos... No supo porque, pero se acordó de eso cuando estuvo por fin de pie frente a la puerta de su casa... Como hacía mucho tiempo que no estaba ahí, dudó un poco acerca de si girar la perilla de la puerta y entrar como si nada, o tocar hasta que alguien viniera y le abriera, pues no quería ser inoportuno y por educación, irrumpir de sorpresa no sería lo correcto.
De pronto, un extraño cosquilleo provocado por nerviosismo de volver a ver a su familia, mezclado con esas infinitas ganas de deshacerse por fin de la profunda oscuridad que lo acompañó durante todo el camino, (envolviéndolo con su frío manto), lo llevó a decidir en un instante: Entraría sin llamar.
La primera persona a la que pensó buscar primero, fue a su hija, tenía muchas ganas de verla y abrazarla; con esa idea en mente y la genial ocurrencia que surgió en ese instante de entrar sin hacer ruido para darle una sorpresa, giró la perilla con toda cautela, pero el sorprendido fue él al comprobar que ni siquiera valió la pena el intento, pues la puerta permaneció durante todo el tiempo abierta.
Una vez adentro, su casa estaba tal y como Julián la recordaba; sin embargo algo raro se percibía en el ambiente y no sabía definir si eso obedecía a que él arribó a una hora muy temprana, y justo en un día en que todo parecía indicar que su familia tendría una fiesta.
Dedujo lo de la celebración, por el profundo aroma a flores que inundaba toda la atmósfera y por la cantidad de velas que encontró desde el pasillo contiguo a la puerta.
El sentido común le indicó que si de verdad aquello era un festejo, lo más probable sería que encontraría gente reunida en la sala, y de inmediato se dirigió hacia allí, pero no encontró a nadie. En la mesa de centro, al igual que en el comedor familiar que se ubicaba justo a un lado, sólo había copas de cristal dispuestas para ser servidas, y charolas con botanas, listas para ofrecer como un gesto de cortesía a quien llegara de visita.
De la cocina surgía un delicioso y cálido aroma de comida recién hecha... y conforme los minutos avanzaron, prolongando su estancia enmedio de la sala, Julián se dio cuenta que los aromas que predominaban eran los del arroz recién cocido, un guiso de carne con picante; mezclados con la calidez que invita a quedarse en casa cuando de los recipientes de la cocina también se desprende el aroma del chocolate caliente y el pan de anis recién horneado.
Por un instante tuvo el impulso de llegar hasta la cocina y disfrutar a hurtadillas de todo todo ese festín culinario, que por una extraña razón era parte de su comida favorita; (aunque su esposa, como siempre terminara por descubrirlo hurgando entre las cacerolas y con la tapadera en la mano).
De mil amores lo hubiera hecho, pero en ese momento, las velas, la comida, los aromas provenientes de la cocina, e incluso hasta la penumbra (que no terminaba de gustarle), lo llevó a comprender todo, aquello era un festejo en honor a él, por su regreso; y conmovido por el detalle sintió el impulso de buscar a su familia y encontrarse por fin con ellos para agradecerles eso.
A toda prisa encaminó sus pasos hacia la habitación que compartiera con su esposa; al abrir la puerta descubrió que ella no estaba ahí; y aunque no permaneció mucho tiempo en el interior de esa recámara, la disposición de los muebles y la cama sin deshacer lo llevó a darse cuenta que las cosas para ella seguían igual; pero al mismo tiempo tenían un toque diferente.
Se le hizo un nudo en la garganta y no quiso quedarse más, por temor a descubrir algo de lo que quizá no le gustaría enterarse... No sabía si su esposa ya compartía su vida con otra persona; pues había perdido la cuenta del tiempo que llevaba fuera, pero estaba consciente de que era muy posible que eso sucediera, puesto que fue mucho el tiempo que él se tardó en regresar.
Su hija... El recuerdo de su hija volvió a insistirle con fuerza, así que a toda prisa se dirigió hasta la habitación que pertenecía a ella. Cuando llegó ahí, tampoco encontró a nadie, pero se sintió profundamente conmovido cuando descubrió que sobre el mueble en el que su hija colocaba algunos de sus libros y discos, permanecía una vieja mecedora de madera que Julián le había fabricado con sus propias manos, cuando su hija era todavía una niña, para que ella utilizara con una de sus muñecas más pequeñas.
La tomó entre las manos y se sentó observándola al pie de la cama. Como el escritorio quedaba justo a la altura de su vista, descubrió un montón de hojas sueltas en las que no fue difícil reconocer su letra.
Invadido por la curiosidad se levantó, para llegar hasta ahí y comenzar a leerlas... Bastaron apenas unas cuantas líneas para que se sintiera profundamente orgulloso de ella al descubrir que lo escrito en esos papeles, no era otra cosa más que pedazos de cuentos y de canciones... Su pequeña traviesa y soñadora se convirtió en su ausencia en una gran escritora, y aunque nostálgico, se sintió satisfecho de saber que aunque tal vez había sido difícil, y quizá lo extrañaría tanto como él a ella; su hija estaba aprendiendo a salir adelante sin él.
Desde el exterior de la habitación un rasgueó constante se escuchaba desde el otro extremo de la puerta. Julián supo de que se trataba, pues conocía muy bien ese peculiar sonido y emocionado por la sensación de encontrar por fin un rostro conocido fue de inmediato a abrir.
No se equivocó, cuando abrió la puerta sus sospechas fueron confirmadas y entre el umbral del pasillo y la habitación descubrió a Tobías, su fiel cachorro que tal y como lo recibía todas las tardes al volver de su trabajo, lo miraba con la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda y con esa expresión de colmillos visibles y lengua desmesuradamente fuera y jadeante, que siempre le causaba risa y lo hacía pensar que le estaba sonriendo.
Julián se inclinó para acariciarle la cabeza y eso fue suficiente para que Tobías terminara con la poca compostura y formalidad que había mantenido hasta entonces, pues en ese instante se abalanzó sobre él y punta de lenguetazos en el rostro le hizo saber el gusto que le daba verlo de nuevo después de tanto tiempo y lo mucho que lo extrañó también.
Julián pensó que tendría que hacerse a la idea de tener que pasar un buen rato tirado en el suelo, jugando, pues una vez que Tobías descubría en alguien de la familia, la más mínima posibilidad de divertirse y de paso recibir algunos mimos, era prácticamente imposible y no había poder humano que lograra convencerlo para que hiciera lo contrario y la persona en cuestión lograra desprenderse de él.
Sin embargo, esta vez se equivocó. Por alguna extraña razón y casi después de que Tobías logró manifestar el gusto que le había dado volver a ver a su amo; se alejó de él, y sin dejar de agitar su rabo se paró justo en la entrada, ladrando, como dando a entender con ello, que su deseo era que lo siguiera.
De no ser porque le intrigaba demasiado ese extraño comportamiento de su mascota, Julián hubiera preferido quedarse en casa a esperar a su familia o mínimo para averiguar que pasaba, pero los ladridos de su perro eran tan insistentes y demandantes que por eso decidió seguirlo.
Una vez que ambos estuvieron en la calle, Tobías corrió y corrió, pero tuvo siempre la precaución de guardar una distancia prudente para que su amo no lo perdiera de vista.
Julián atravesó calles y avenidas, desconcertado cada vez más por no saber en qué terminaría ese juego; y aunque la oscuridad seguía invadiendo cada rincón de la ciudad, tal y como si la madrugada fuera a ser eterna, Julián se sorprendió al percatarse de que a diferencia del camino de regreso a su casa, esta vez, en la calle si había gente. La oscuridad no le permitía distinguirle los rostros, visualizaba sólo sus siluetas entre la niebla, pero todas aquellas personas -sin excepción alguna- parecían dirigirse hacia el mismo lugar...
El ambiente era extraño, pero él no sentía miedo... Aquella noche le evocó recuerdos que prácticamente había olvidado... Para ser exactos le recordó el momento en que tuvo que partir de su casa...
Habia sido en una noche muy parecida a esa en la que él caminó y caminó durante mucho tiempo -nunca pudo definir cuanto- hasta que a punto de que la desesperación se apoderara de él, y en la que por más que doblaba esquinas y se introducía por callejones, se sentía perdido, por no encontrar nunca el final de ese sendero.
Por fortuna, y aunque con ciertas similitudes, esta noche no era así. Sabía que estaba de visita en su ciudad y para su suerte o fortuna, la caminata tras Tobías terminó en el momento en que él atravesó corriendo por el arco de un enrejado abierto que delimitaba una propiedad que parecía ser muy grande.
Julián titubeó un momento, pero se animó a entrar cuando vio que toda la gente también llegaba hasta ahí, y entre el tumulto de gente, al fondo, era visible la luz y el bullicio que enmarcan la realización de una gran verbena popular.
Conforme se fue adentrando se dio cuenta que aquello era un cementerio... Pero a diferencia del ambiente que caracteriza a estos lugares de eterno descanso, en esa madrugada todo era muy distinto... La oscuridad, aunque imperaba todavía, había cedido un poco y hasta se había suavizado con la calidez de las veladoras que brillaban en cada rincón visible; las expresiones de las personas ahí reunidas en torno a las lápidas y mausoleos que resguardaban los restos mortales de alguno de sus familiares eran de alegría y cordialidad.
Fue ahí, en medio de la música, y el aroma de las flores, mezclado con el de la comida, que todo cobró sentido y al tomar un pedazo de papel crepé cortado en forma de eslabones de color morado y amarillo entrelazados; cayó en la cuenta por fin de que él ya no pertenecía a ese mundo físico; pero su presencia ahí era tan simbólica como ese papel que en la diferencia de colores representaba la delgada línea existente entre la vida y la muerte.
Por un instante tuvo el deseo de caminar hacia la parte del camposanto en el que sabía muy bien se encontraban los restos de algunas personas que formaron parte de su familia. Posiblemente ahí, al pie de una lápida que ni siquiera imaginaba como era (porque jamás estuvo en ella), encontraría reunidas a su mujer y a su hija; que al igual que otras familias pasarían la mayor parte del día recordando y celebrando lo que él significó y significaba todavía para ellas; y aunque fue muy grande la tentación de ir a su encuentro; desistió al final.
A pesar de que el amor de su familia ya no pudiera materializarse físicamente en forma de un cálido abrazo, se sintió profundamente arropado y conmovido por la idea de que a pesar del tiempo y la distancia él seguía aún vivo en sus corazones y en sus mentes.
Sonrió satisfecho y se bebió un vaso de agua que encontró en una mesa cercana; para luego acariciarle la cabeza a Tobías que justo al lado suyo, esperaba con paciencia por él y con un ladrido le hizo saber que el tiempo se agotaba y era hora de partir de nuevo.
Caminaron juntos por el pasillo central del camposanto, entre flores de cempacuchil (que al igual que las de su casa), perdieron su aroma y se iban marchitando a su paso.
Al terminar la madrugada, Julián volvió de nuevo a aquella enorme casa en las montañas, de amplios ventanales por donde se colaba la luz solar casi todo el tiempo y en la que había conocido a varias personas que con el tiempo le brindaron su amistad y él aprendió a apreciar.
El ambiente ahí, también era de fiesta... Pero todos, al parecer, al igual que él, estuvieron fuera por una noche y acababan de regresar....
Estaba la chica con guitarra que escribía canciones, y se había hecho muy amiga del grupo de jóvenes de la prepa; en especial de una chica muy bonita que se llamaba Adriana y de un muchacho de ojos hermosos y expresivos al que todos conocían como Alejandro.
De vez en cuando también se encontraba por ahí con una mujer muy sabia y noble a la que todos conocían como Luz. Ella charlaba a veces con María y Don Leonardo, quienes al igual que Pedro Antonio, le expresaban su preocupación por haber partido antes de tiempo, dejando quizá desprotegidos a sus hijos en el momento de su vida que más lo necesitaban.
Julián entendía a la perfección eso y a veces compartía con ellos interminables sesiones de conversación, en las que cada uno de ellos comentaba la forma en como había logrado hacerse presente y manifestar su presencia a través de cosas tan sencillas como un simple sueño, el viento sigiloso que parece susurrar algo al oído cuando no hay nadie más cerca; o materializarse en forma de un pájaro que por alguna extraña razón aparece de la nada y no se va.
Lleno de alegría por volver a encontrarse con ellos, Julián aceptó gustoso el lugar que le ofrecieron para compartir la mesa todos juntos. Tobías se echó en el tapete cercano, dispuesto a disfrutar de una profunda siesta, y así, una vez que ambos ocuparon sus respectivos lugares, el espacio dentro de aquella casa se cerró. Las nubes y la niebla cubrieron por completo el camino, hasta que volviera a ser el tiempo de que alguien más ingrese o el calendario vuelva a marcar que es 2 de Noviembre: El día en que se permite regresar...
A pesar de que volvía a su casa, con su familia, se sentía extraño... Ese era el pensamiento que rondaba por su cabeza cuando al dar las 4 de la madrugada, él ya estaba casi listo y se miraba al espejo mientras se colocaba su mejor saco de pana (aquel que sólo usaba en las ocasiones especiales).
Después de revisar que tanto el cuello de su camisa, como sus cabellos estuvieran en perfecto orden, salió a la calle, y si no fuera por el camino iluminado que le indicó la dirección que debía seguir, tal vez se hubiera perdido, pues la madrugada, pero sobre todo la oscuridad era demasiado densa...
A Julián no le gustaba para nada la oscuridad, ¡vaya!, ni siquiera le gustaba comer solo; por esa razón, el lugar donde vivía ahora le parecía muy agradable, pues ahí había logrado hacer buenos amigos... No supo porque, pero se acordó de eso cuando estuvo por fin de pie frente a la puerta de su casa... Como hacía mucho tiempo que no estaba ahí, dudó un poco acerca de si girar la perilla de la puerta y entrar como si nada, o tocar hasta que alguien viniera y le abriera, pues no quería ser inoportuno y por educación, irrumpir de sorpresa no sería lo correcto.
De pronto, un extraño cosquilleo provocado por nerviosismo de volver a ver a su familia, mezclado con esas infinitas ganas de deshacerse por fin de la profunda oscuridad que lo acompañó durante todo el camino, (envolviéndolo con su frío manto), lo llevó a decidir en un instante: Entraría sin llamar.
La primera persona a la que pensó buscar primero, fue a su hija, tenía muchas ganas de verla y abrazarla; con esa idea en mente y la genial ocurrencia que surgió en ese instante de entrar sin hacer ruido para darle una sorpresa, giró la perilla con toda cautela, pero el sorprendido fue él al comprobar que ni siquiera valió la pena el intento, pues la puerta permaneció durante todo el tiempo abierta.
Una vez adentro, su casa estaba tal y como Julián la recordaba; sin embargo algo raro se percibía en el ambiente y no sabía definir si eso obedecía a que él arribó a una hora muy temprana, y justo en un día en que todo parecía indicar que su familia tendría una fiesta.
Dedujo lo de la celebración, por el profundo aroma a flores que inundaba toda la atmósfera y por la cantidad de velas que encontró desde el pasillo contiguo a la puerta.
El sentido común le indicó que si de verdad aquello era un festejo, lo más probable sería que encontraría gente reunida en la sala, y de inmediato se dirigió hacia allí, pero no encontró a nadie. En la mesa de centro, al igual que en el comedor familiar que se ubicaba justo a un lado, sólo había copas de cristal dispuestas para ser servidas, y charolas con botanas, listas para ofrecer como un gesto de cortesía a quien llegara de visita.
De la cocina surgía un delicioso y cálido aroma de comida recién hecha... y conforme los minutos avanzaron, prolongando su estancia enmedio de la sala, Julián se dio cuenta que los aromas que predominaban eran los del arroz recién cocido, un guiso de carne con picante; mezclados con la calidez que invita a quedarse en casa cuando de los recipientes de la cocina también se desprende el aroma del chocolate caliente y el pan de anis recién horneado.
Por un instante tuvo el impulso de llegar hasta la cocina y disfrutar a hurtadillas de todo todo ese festín culinario, que por una extraña razón era parte de su comida favorita; (aunque su esposa, como siempre terminara por descubrirlo hurgando entre las cacerolas y con la tapadera en la mano).
De mil amores lo hubiera hecho, pero en ese momento, las velas, la comida, los aromas provenientes de la cocina, e incluso hasta la penumbra (que no terminaba de gustarle), lo llevó a comprender todo, aquello era un festejo en honor a él, por su regreso; y conmovido por el detalle sintió el impulso de buscar a su familia y encontrarse por fin con ellos para agradecerles eso.
A toda prisa encaminó sus pasos hacia la habitación que compartiera con su esposa; al abrir la puerta descubrió que ella no estaba ahí; y aunque no permaneció mucho tiempo en el interior de esa recámara, la disposición de los muebles y la cama sin deshacer lo llevó a darse cuenta que las cosas para ella seguían igual; pero al mismo tiempo tenían un toque diferente.
Se le hizo un nudo en la garganta y no quiso quedarse más, por temor a descubrir algo de lo que quizá no le gustaría enterarse... No sabía si su esposa ya compartía su vida con otra persona; pues había perdido la cuenta del tiempo que llevaba fuera, pero estaba consciente de que era muy posible que eso sucediera, puesto que fue mucho el tiempo que él se tardó en regresar.
Su hija... El recuerdo de su hija volvió a insistirle con fuerza, así que a toda prisa se dirigió hasta la habitación que pertenecía a ella. Cuando llegó ahí, tampoco encontró a nadie, pero se sintió profundamente conmovido cuando descubrió que sobre el mueble en el que su hija colocaba algunos de sus libros y discos, permanecía una vieja mecedora de madera que Julián le había fabricado con sus propias manos, cuando su hija era todavía una niña, para que ella utilizara con una de sus muñecas más pequeñas.
La tomó entre las manos y se sentó observándola al pie de la cama. Como el escritorio quedaba justo a la altura de su vista, descubrió un montón de hojas sueltas en las que no fue difícil reconocer su letra.
Invadido por la curiosidad se levantó, para llegar hasta ahí y comenzar a leerlas... Bastaron apenas unas cuantas líneas para que se sintiera profundamente orgulloso de ella al descubrir que lo escrito en esos papeles, no era otra cosa más que pedazos de cuentos y de canciones... Su pequeña traviesa y soñadora se convirtió en su ausencia en una gran escritora, y aunque nostálgico, se sintió satisfecho de saber que aunque tal vez había sido difícil, y quizá lo extrañaría tanto como él a ella; su hija estaba aprendiendo a salir adelante sin él.
Una vez más algo se le atoró en la garganta, los ojos se le humedecieron levemente y apenas la tristeza iba de camino a instalarse en su alma, cuando un sonido inesperado captó su atención.
Desde el exterior de la habitación un rasgueó constante se escuchaba desde el otro extremo de la puerta. Julián supo de que se trataba, pues conocía muy bien ese peculiar sonido y emocionado por la sensación de encontrar por fin un rostro conocido fue de inmediato a abrir.
No se equivocó, cuando abrió la puerta sus sospechas fueron confirmadas y entre el umbral del pasillo y la habitación descubrió a Tobías, su fiel cachorro que tal y como lo recibía todas las tardes al volver de su trabajo, lo miraba con la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda y con esa expresión de colmillos visibles y lengua desmesuradamente fuera y jadeante, que siempre le causaba risa y lo hacía pensar que le estaba sonriendo.
Julián se inclinó para acariciarle la cabeza y eso fue suficiente para que Tobías terminara con la poca compostura y formalidad que había mantenido hasta entonces, pues en ese instante se abalanzó sobre él y punta de lenguetazos en el rostro le hizo saber el gusto que le daba verlo de nuevo después de tanto tiempo y lo mucho que lo extrañó también.
Julián pensó que tendría que hacerse a la idea de tener que pasar un buen rato tirado en el suelo, jugando, pues una vez que Tobías descubría en alguien de la familia, la más mínima posibilidad de divertirse y de paso recibir algunos mimos, era prácticamente imposible y no había poder humano que lograra convencerlo para que hiciera lo contrario y la persona en cuestión lograra desprenderse de él.
Sin embargo, esta vez se equivocó. Por alguna extraña razón y casi después de que Tobías logró manifestar el gusto que le había dado volver a ver a su amo; se alejó de él, y sin dejar de agitar su rabo se paró justo en la entrada, ladrando, como dando a entender con ello, que su deseo era que lo siguiera.
Julián se incorporó, y luego de acicalarse un poco las ropas y los cabellos, para recobrar de nuevo la formalidad que caracteriza a una persona adulta, se dispuso a acceder a la petición de Tobías, que en cuanto lo vio encaminarse hacia él se echó a correr hacia el exterior de la casa.
De no ser porque le intrigaba demasiado ese extraño comportamiento de su mascota, Julián hubiera preferido quedarse en casa a esperar a su familia o mínimo para averiguar que pasaba, pero los ladridos de su perro eran tan insistentes y demandantes que por eso decidió seguirlo.
Una vez que ambos estuvieron en la calle, Tobías corrió y corrió, pero tuvo siempre la precaución de guardar una distancia prudente para que su amo no lo perdiera de vista.
Julián atravesó calles y avenidas, desconcertado cada vez más por no saber en qué terminaría ese juego; y aunque la oscuridad seguía invadiendo cada rincón de la ciudad, tal y como si la madrugada fuera a ser eterna, Julián se sorprendió al percatarse de que a diferencia del camino de regreso a su casa, esta vez, en la calle si había gente. La oscuridad no le permitía distinguirle los rostros, visualizaba sólo sus siluetas entre la niebla, pero todas aquellas personas -sin excepción alguna- parecían dirigirse hacia el mismo lugar...
El ambiente era extraño, pero él no sentía miedo... Aquella noche le evocó recuerdos que prácticamente había olvidado... Para ser exactos le recordó el momento en que tuvo que partir de su casa...
Habia sido en una noche muy parecida a esa en la que él caminó y caminó durante mucho tiempo -nunca pudo definir cuanto- hasta que a punto de que la desesperación se apoderara de él, y en la que por más que doblaba esquinas y se introducía por callejones, se sentía perdido, por no encontrar nunca el final de ese sendero.
Por fortuna, y aunque con ciertas similitudes, esta noche no era así. Sabía que estaba de visita en su ciudad y para su suerte o fortuna, la caminata tras Tobías terminó en el momento en que él atravesó corriendo por el arco de un enrejado abierto que delimitaba una propiedad que parecía ser muy grande.
Julián titubeó un momento, pero se animó a entrar cuando vio que toda la gente también llegaba hasta ahí, y entre el tumulto de gente, al fondo, era visible la luz y el bullicio que enmarcan la realización de una gran verbena popular.
Conforme se fue adentrando se dio cuenta que aquello era un cementerio... Pero a diferencia del ambiente que caracteriza a estos lugares de eterno descanso, en esa madrugada todo era muy distinto... La oscuridad, aunque imperaba todavía, había cedido un poco y hasta se había suavizado con la calidez de las veladoras que brillaban en cada rincón visible; las expresiones de las personas ahí reunidas en torno a las lápidas y mausoleos que resguardaban los restos mortales de alguno de sus familiares eran de alegría y cordialidad.
Fue ahí, en medio de la música, y el aroma de las flores, mezclado con el de la comida, que todo cobró sentido y al tomar un pedazo de papel crepé cortado en forma de eslabones de color morado y amarillo entrelazados; cayó en la cuenta por fin de que él ya no pertenecía a ese mundo físico; pero su presencia ahí era tan simbólica como ese papel que en la diferencia de colores representaba la delgada línea existente entre la vida y la muerte.
Por un instante tuvo el deseo de caminar hacia la parte del camposanto en el que sabía muy bien se encontraban los restos de algunas personas que formaron parte de su familia. Posiblemente ahí, al pie de una lápida que ni siquiera imaginaba como era (porque jamás estuvo en ella), encontraría reunidas a su mujer y a su hija; que al igual que otras familias pasarían la mayor parte del día recordando y celebrando lo que él significó y significaba todavía para ellas; y aunque fue muy grande la tentación de ir a su encuentro; desistió al final.
A pesar de que el amor de su familia ya no pudiera materializarse físicamente en forma de un cálido abrazo, se sintió profundamente arropado y conmovido por la idea de que a pesar del tiempo y la distancia él seguía aún vivo en sus corazones y en sus mentes.
Sonrió satisfecho y se bebió un vaso de agua que encontró en una mesa cercana; para luego acariciarle la cabeza a Tobías que justo al lado suyo, esperaba con paciencia por él y con un ladrido le hizo saber que el tiempo se agotaba y era hora de partir de nuevo.
Caminaron juntos por el pasillo central del camposanto, entre flores de cempacuchil (que al igual que las de su casa), perdieron su aroma y se iban marchitando a su paso.
Al terminar la madrugada, Julián volvió de nuevo a aquella enorme casa en las montañas, de amplios ventanales por donde se colaba la luz solar casi todo el tiempo y en la que había conocido a varias personas que con el tiempo le brindaron su amistad y él aprendió a apreciar.
El ambiente ahí, también era de fiesta... Pero todos, al parecer, al igual que él, estuvieron fuera por una noche y acababan de regresar....
Estaba la chica con guitarra que escribía canciones, y se había hecho muy amiga del grupo de jóvenes de la prepa; en especial de una chica muy bonita que se llamaba Adriana y de un muchacho de ojos hermosos y expresivos al que todos conocían como Alejandro.
De vez en cuando también se encontraba por ahí con una mujer muy sabia y noble a la que todos conocían como Luz. Ella charlaba a veces con María y Don Leonardo, quienes al igual que Pedro Antonio, le expresaban su preocupación por haber partido antes de tiempo, dejando quizá desprotegidos a sus hijos en el momento de su vida que más lo necesitaban.
Julián entendía a la perfección eso y a veces compartía con ellos interminables sesiones de conversación, en las que cada uno de ellos comentaba la forma en como había logrado hacerse presente y manifestar su presencia a través de cosas tan sencillas como un simple sueño, el viento sigiloso que parece susurrar algo al oído cuando no hay nadie más cerca; o materializarse en forma de un pájaro que por alguna extraña razón aparece de la nada y no se va.
Lleno de alegría por volver a encontrarse con ellos, Julián aceptó gustoso el lugar que le ofrecieron para compartir la mesa todos juntos. Tobías se echó en el tapete cercano, dispuesto a disfrutar de una profunda siesta, y así, una vez que ambos ocuparon sus respectivos lugares, el espacio dentro de aquella casa se cerró. Las nubes y la niebla cubrieron por completo el camino, hasta que volviera a ser el tiempo de que alguien más ingrese o el calendario vuelva a marcar que es 2 de Noviembre: El día en que se permite regresar...
Comentarios
En tu México querido hoy recuerdan con alegría a los que partieron, pero yo no puedo hacer eso, a mí me pesa muchísimo la ausencia de mi PAPA ese hombre maravilloso de ojos verdes que siempre le tendia la mano a todo aquel que necesitaba ayuda, ese hombre un día dejó de tenderme su mano y partió, dejandome antes de tiempo, yo sé que él siempre está persente pero desde el mismo día que se fue, extraño sus abrazos, sus historias, todos los consejos que tenía para mí y no me los pudo dar, todo eso que necesité antes, y hoy lo necesito con más fuerza aún, todo, todo eso me hace falta. En un día como hoy, y en otras fechas especiales yo no voy al cementerio porque después regreso hecha pedazos, porque mi papá no está ahí, mi papá vive conmigo y así será hasta el día que al fin pueda reunirme con él, y pasar a un lugar lleno de paz, esa paz que hoy en día cuesta tanto conseguir, pero aún así no bajo los brazos y sé que él me ayuda a sostenerlos.
Gracias por los fragmentos de tu textos que yo sentí eran para mí, gracias por recordar a mi papá, gracias por tu homenaje, gracias por todo, pero hoy es un día tan difícil para mí, que no puedo evitar dejar caer las lágrimas.
Que tengas un buen inicio de semana, y ojalá todo esté mejor y te levantes con ganas de vivir, eso es lo más importante.
Te dejo muchos abrazos!
worale!!
el dia en que se permite regresar, muchos vuelven a casa, pero pues logico no es igual, pero con solo volver a ver a tus seres queridos ya es algo no??
dicen... que la comida despues de haber estado en un altar de muertos ya no tiene sabor... quien sabe... bueno eso no tenia que ver aqui, pero me acorde y se me hizo bueno ponerlo jejeje
sale me retiro
Sigo siendo tu fan, me gusta mucho como escribes :)
Un abrazo!
Yo sé lo que sientes cada vez que recuerdas a tu padre, pero estoy segura también que algún día lo vas a volver a ver, pero mientras eso sucede, él va a encontrar la forma de que si al menos no dejes de extrañarlo, vivas feliz de saber que él está bien y siempre de alguna manera te va a acompañar en las cosas que sean más importantes para ti.
NEFERTITI:
No andas tan "errada", supuestamente la creencia es esa, que los alimentos y las flores que permanecen en los altares, pierden su aroma y su esencia, porque la persona fallecida para quien se ofrecen, se los lleva.
ELISA:
Muchas gracias por tus palabras, son cosas pequeñas, pero que me hacen pensar que tiene sentido seguir escribiendo en el blog.