Desde dentro de casa

He pasado mucho tiempo sin escribir y sin decir nada. Sin hablar en letras o frases, porque aunque sucedan cosas siempre, yo siento que son cosas que no valen tanto la pena como para evitar que no se pierdan a través de las palabras. 

Los pensamientos y las emociones siempre están ahí... Hay veces que se dejan escuchar en voz alta y casi a gritos cuando todo está oscuro y es de madrugada. Hay veces que son sueños extraños que al siguiente día recuerdo de forma tan nítida, pero aún a plena luz del día ni siquiera entiendo; y hay otras en que son historias que tienen muchas ganas de ser por mi contadas; pero de alguna forma u otra no encuentro el ánimo para ayudarlas a que revivan en los ojos de alguien más.

Puede sonar a tristeza disfrazada de desánimo; y yo sólo sé que no sé escribir por obligación; y aunque pase muchos días y horas a solas con la cabeza y el alma llena de un montón de cosas, en los momentos conmigo misma, me ha resultado mucho más reconfortante abocarme en las letras de otros.

En los años recientes, los libros han sido mi refugio más grande. Las historias y los pensamientos tan certeros de otras personas siempre me llevan a desprenderme por completo de mi y de esta realidad en la que la mayor parte de las horas que vivo permanezco inmersa...

Quizá sea por eso que me gusta tanto estar en casa. Desde siempre me gustó mirar a través de la ventana, y cuando no rememoro las cosas que he vivido en algún punto en concreto de esta ciudad tan grande, pienso y reflexiono tanto en las historias y personajes que a través de los libros me han permitido conocer como son y lo que sienten...

Eso no ha cambiado, pero si se ha vuelto un tanto diferente... Dentro de casa, en este punto exacto del tiempo en que me encuentro, las cosas y hasta las luces de la ciudad se perciben de un modo diferente, porque allá afuera han sucedido cosas que antes no pasaban y ha sido la vida misma quien se ha encargado de que estemos recluidos entre 4 paredes con nuestros temores, nuestros sueños, los fantasmas del pasado -que nomás no terminan por irse- y hasta nuestra propia oscuridad.

Yo no soy la excepción... En estos 15 días recientes de restricción total he escuchado el sonido del cielo que a veces es atemorizante. Me han visitado en sueños personas que ya no existen en este plano físico y también las que están vivas, pero ya no forman parte de mi vida... Pero a pesar de todo eso, no pierdo la fascinación que me provoca ver por primera vez las calles de mi ciudad completamente vacías aunque haya sido en circunstancias como estas.

Me hubiera encantado salir a caminar estando las calles vacías... Pero no pude hacerlo, así que sólo las recorrí a través de las fotografías y con mi imaginación en plena oscuridad de madrugada... Hasta este instante aún no sé describir en letras eso que se siente cuando el sitio en el que has vivido toda tu vida se queda desierto y en silencio, como si nadie más existiera alrededor, tan sólo tú.

Van ya 16 días del penúltimo mes del año y es curioso que aún no haga tanto frío... Aún así han sido meses enteros de permanecer entre 4 paredes hibernando porque afuera, al otro lado de donde las luces de la ciudad brillan, la vida era cada vez más caótica, se vivía cada vez más con prisa, con intolerancia, egoísmo y violencia.

¿Será que por eso era necesario que sucediera todo esto? Supongo que desde dentro de casa cada uno vemos el presente de manera diferente.

La verdad yo he sido muy, muy afortunada. La muerte no ha tocado hasta ahora a ninguno de los míos, hay comida en mi mesa y trabajo que me regala el privilegio de materializar la tranquilidad de una vida confortable. Aunque haya instantes en que tenga que afrontar a mis propios demonios, los fantasmas de mis propios errores y todo lo que conforma esa parte tan oscura e imperfecta de mi naturaleza humana. 

Hay días en que es difícil ser optimista en un mundo en el que desde el instante mismo que despiertas y abres los ojos, desde cualquier espacio por el que te asomes y lo ves, está en completa decadencia. No ayuda en gran cosa tampoco ver los demonios de las demás personas con los que a diario pelean; y son los que a su vez te permiten ver quien de verdad está contigo y te quiere en serio, así como de quien es mejor alejarse por mucho que duela.

Yo no tengo ni la mejor idea de que pasará más adelante. No sé si la fe se ha ido de vacaciones; pero lo que si sé es que el panorama al otro lado del cristal de la ventana nunca es el mismo a pesar de que lo observes todos los días, de pie y desde el interior de la misma casa.

Alguien a quien admiro mucho, dijo una vez que confianza es creer en el sol de los amaneceres que aún no has visto y desde dentro de casa, con mis propios miedos, fantasmas y arrepentimientos, escucho a mi corazón latir y eso me lleva a pensar que todo este tiempo de encierro ha sido como una especie de capullo para cada persona y que cuando sea el momento de salir, por ende hará que salga también una mejor versión de cada uno...

Los procesos son lentos y los cambios la mayoría de las veces cuestan y aunque no sean los mejores días, habrá que aprender del silencio, sacar a los fantasmas y demonios a la luz para que pierdan fuerza; descubrir los milagros pequeños entre las calles vacías ¿y porque no? también los que pueden estar y no vemos desde dentro de casa.

Ojalá que después de todo esto la inspiración regrese y haya muchas historias para contar.

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